El “Pípila”.
Por Luis Felipe Rodríguez
Al enterarse los españoles de
Guanajuato la dirección del ejército comandado por don Miguel Hidalgo se
alarmaron. El intendente de Guanajuato, don Juan Antonio Riaño y Bárcenas
conocedor de la situación en su intendencia mandó publicar un bando por el cual se concedía la abolición
del pago del tributo para así congraciarse con el pueblo. Al mismo tiempo Riaño
mandó un correo urgente al brigadier Calleja, para que viniera lo más pronto en
su ayuda y consultó a los principales peninsulares de la ciudad decidiéndose
fortificar las entradas de la ciudad. Riaño tomó la decisión de retirar las
fortificaciones y encerrarse en la Alhóndiga, afirmando que era más defendible
que toda la ciudad. Contra su voluntad los españoles le siguieron y trasladaron
al edificio todos sus valores.
Era el 28 de septiembre de 1810;
a las 11 de la mañana, estaba a punto de estallar la batalla. 300 los
individuos dentro del edificio que podían manejar un arma. Ingresaron también
una gran cantidad de víveres y muchos millones de pesos en plata y oro,
productos del quinto real, del tabaco, mezcal, pólvora así como del diezmo, capitales
de particulares, joyas y cuantas cosas de valor llevaron los españoles. Los
insurgentes en la Hacienda de Burras alistaban lo necesario para el enfrentamiento.
Mariano Abasolo e Ignacio Camargo llevaron la petición de rendición de la
ciudad, en donde se ofrecía respetar su vida. Riaño contestó por la misma vía
su rechazo terminante y se iniciaron las hostilidades. En una salida realista el
intendente fue herido mortalmente. Su hijo fue presa de desesperación y dolor, al
grado de tratar de suicidarse, pero fue convencido que lo mejor era batirse en
la batalla por lo que regresó a su trinchera.
Sin la cultura militar necesario,
a pesar de la abrumadora cantidad, la batalla no parecía inclinarse para los
insurgentes pero como a las tres de la tarde los defensores de las barricadas tuvieron
que retroceder y quedarse dentro del edificio de la Alhóndiga, arena y ataúd
del partido realista. El choque brutal que se alimentó por el resentimiento de
muchos años de injusticias. Dada la muchedumbre que rodeaba el edificio no
había tiro que los realistas fallara.
Los insurgentes arrojaron tantas
piedras a las azoteas que los realistas las abandonaron. Dentro reinaba la
confusión absoluta pues la temprana muerte del intendente los había sorprendido.
Unos sacaban banderas blancas, otros disparaban, aquellos rezaban e imploraban
la ayuda divina. Mientras la Virgen de los Remedios recibía las peticiones de
apoyo el estandarte de la Guadalupana ondeaba en las alturas del cerro del
Cuarto, atestiguando las pasiones desbordadas en aquella matanza de aquel negro
día. La Alhóndiga, recién estrenada, era un edificio inexpugnable hasta que sucedió
el milagro. En medio de aquella batalla ciega donde la impreparación sólo
entregaba los peores resultados para la casusa nacional surgió una esperanza.
Un minero tuvo la ocurrencia feliz de arriesgar su vida, armada sólo de brea y
una antorcha, fue apoyado por sus compañeros que intensificaron su golpeo
incesante a los realistas y pudo llegar hasta la puerta principal de la
Alhóndiga. Al ver arder la puerta se alzó un grito de esperanza de parte de los
insurgentes, por el contrario del interior intentaron apagar el fuego lanzando
agua por el lado contrario pero todo fue inútil, la entrada pronto terminaría
de consumirse. Los españoles comprendieron que sus minutos estaban contados. La
suerte que siempre estuvo de su lado les daba la espalda.
Terminaban 300 años de dolor de
los americanos de parte de los orgullosos españoles. Éstos estarían pagando las
facturas acumuladas por sus antecesores que sin piedad causaron tanto daño. Los
sitiadores, aún prendida puerta, entraron impulsados por las pasiones desatadas
y fueron recibidos por una descarga de fusilería que mata a los que de la
primera línea. Pero habia cientos más que empujaban desde atrás y pisoteaban a
los compañeros caídos, generalizándose en un momento una batalla cuerpo a
cuerpo en todos los pasillos, patrio, escaleras y trojes del edificio. Murieron
mujeres, niños, clérigos y soldados quienes fueron pasados a cuchillo o muerto
en limpio combate. Eran aproximadamente las cinco de la. Murieron aproximadamente
650 del bando real y 1,500 insurgentes. Fue una orgía de sangre y revancha
justiciera.
Francisco de la Maza dice que
este suceso ha tenido tres historiadores: Don Carlos María de Bustamante que lo
ha llenado de falsos detalles, Don Lucas Alamán que lo ha negado rotundamente,
y Don José María Liceaga, que vuelve a afirmarlo basándose en la tradición y
aún en testimonio de persona que dijo haberlo conocido. Bustamante dice en su
“Cuadro Histórico, que “El general Hidalgo convencido de la necesidad de
penetrar en lo interior de Granaditas, nada omitía para conseguirlo. Rodeado de
un torbellino de plebe, dirigió la voz a un hombre que la regenteaba y le dijo
¡Pípila!, ¡la patria necesita de tu valor! ¿Te atreverías a prender fuego a la
Alhóndiga? La empresa era arriesgada, pues era necesario poner el cuerpo en
descubierto a una lluvia de balas; Pípila, ese lépero comparable con el
carbonero que atacó la Bastilla en Francia, dirigiendo la operación que en
breve redujo a escombros aquel apoyo de la tiranía, sin titubear dijo que sí.
Tomo al intento una losa ancha de cuartón, de las muchas que hay en Guanajuato,
se la puso sobre su cabeza, afianzándola con la mano izquierda para que le
cubriera el cuerpo; tomó con la derecha un ocote encendido, y casi a gatas
marchó hasta la puerta de la Alhóndiga, burlándose de las balas enemigas. Alamas
se impaciente ante esto que considera mentira y dice: esta relación es del todo
falsa, pues el cura Hidalgo, habiendo permanecido en el cuartel de caballería
en el extremo opuesto de la ciudad, no podía dar orden alguna. Además el nombre
“Pípila no es conocido en Guanajuato. El licenciado Liceaga, corrigiendo a Lucas
Alamán, afirma que era indio y que seguramente murió asesinado por robarle el botín
que gano en el asalto de granaditas, pues jamás se le volvió a ver en Guanajuato.
Mas la verdad es que el Pípila era sanmiguelense, criollo, y tenía el hermoso
nombre de Juan José de los Reyes, como se prueba por los siguientes documentos
debidos a la acuciosidad del actual vecino y morador de San Miguel don Benigno
Caballero, primero, el acta de defunción, que dice: En la ciudad de Allende, el
26 de julio de 1863, ante mí el Juez del estado civil, a las once de la mañana,
presente Miguel Martínez, originario y vecino de ésta, casado, obrajero, de 75
años, dijo que ayer falleció de un dolor cólico Juan José Martínez, de 81 años;
que el finado fue el que incendió la puerta del castillo de Granaditas en
Guanajuato en el año de la Independencia, y a quien se decía el “Pípila”. Se
buscó en los archivos de la parroquia el acto de nacimiento, que fue hallada en
el año de 1782, en que se cumplen los 81 años del “Pípila”… En el año del señor
de 1782, a 6 de enero, yo, el Bachiller Juan de Dios Castilblanqui, teniente d
cura, bauticé, puse óleo y crisma a un infante español de esta villa, que nació
a 3 de dicho mes y le puse por nombre Juan José de los Reyes, hijo legítimo de Pedro
Martínez y María Refugio Amaro…
Don Manuel Toussaint, en su
monografía de Taxco, acepta la opinión de Alamán, añadiendo que para quemar la
puerta, el “Pípila” debió haber tenido cuatro manos por lo menos y los sitiados
dormían entre tanto. No obstante De la Maza acepta convincentes los documentos.
Don Franco Barajas lamenta que
por lo años veintes robaron una página del libro de defunciones del Registro
Civil y, aunque asegura, viven quienes la leyeron, y se hacía constar allí lo
arriba escrito, termina diciendo que ojalá que quien actualmente posea esa hoja
de valor histórico, la obsequie al municipio de San Miguel de Allende. Es una
auténtica joya histórica. Modesto Ortiz Prado, en su libro “Juan José de los
Reyes Martínez, el Pípila”, Artífice de la primera victoria insurgente” aporta
otros datos como que vivió en el Callejón de los Mandamientos en la ciudad de
Guanajuato, que de ahí mudó su domicilio a la subida del Mineral de Mellado,
donde vivió con su esposa Victoriana Bretadillo de Martínez y sus tres hijos:
Manuela, Dorotea y Francisca. Respecto a su apodo da otra versión a la conocida
que era por ser pecoso, lo que reafirmaría su carácter de criollo y no de
indígena; afirma que, a pesar de su seriedad, cuando se reía, su primera
carcajada se parecía al graznido de los guajolotes a los cuales también les
dicen “pípilas”. Más adelante afirma que al día siguiente (29 de septiembre)
fue recibido por don Miguel Hidalgo recompensó su hazaña con una taleguilla
repleta de onzas de oro. Y le expidió despacho de Capitán y en la
reestructuración del ejército el 22 de octubre en Acámbaro quedó al mando de la
4ª. Compañía del Batallón de Hidalgo.
Para terminar
Transcribo el decreto por el que el
Congreso de la Unión otorga pensión a Francisca Martínez, hija del capitán Juan
José Martínez, dice:
México, noviembre 28 de 1882. Por
ocupación del C. Secretario de Fomento, Manuel Fernández Leal, oficial mayor. A
los CC Secretarios de la Cámara de diputados. Presentes.
(…) A la comisión de peticiones.
El C. Secretario Zárate. Se han presentado los siguientes dictámenes: Congreso
de la Unión, Cámara de Diputados. Segunda Comisión de Hacienda. Sección
tercera. Pasó a la comisión que suscribe al ocurso de la Sra. Doña Francisca
Martínez, hija del capitán D. Juan José Martínez (a) Pípila, en que pide una
pensión en recompensa de los servicios que prestó el señor su padre a la causa
de la independencia, principalmente en la toma del fuerte d Granaditas, y los
que suscriben hubieran dictaminado favorablemente tan pronto como el expediente
vino al archivo de la comisión, porque es notorio que los servicios de que se
trata en el ocurso citado son los que merecen el nombre de EMINENTES, y son
también, por consecuencia, de los que habla la Constitución, facultando al Congreso
para premiarlos, pero faltaban en el expediente referido dos constancias esenciales
para la resolución del asunto, y eran: Primera, la prueba de que la
peticionaria es realmente hija del capitán D. Juan José Martínez; y segundo, el
certificado de supervivencia, indispensable tratándose de una persona que
reside a larga distancia de la capital y que era ya de muy avanzada edad a la
fecha de su primer ocurso. Ambos documentos han sido presentados a la comisión,
y ésta, en consecuencia, presenta a la ilustrada deliberación de esta Cámara el
siguiente PROYECTO DE LEY: Artículo único. Se concede a Da. Francisca Martínez,
hija del capitán D. Juan José Martínez, una pensión vitalicia de ochocientos
pesos anuales, que pagará integra la Tesorería general de la Nación, cargándola
a la partida # 10,062 del presupuesto vigente. Sala de comisiones de la Cámara
de Diputados, México, noviembre 29 de 1882. Antonio Carvajal-Joaquín Cortázar.
(Decreto promulgado por la Undécima Legislatura de la Cámara de Diputados
otorgando una pensión a Francisca Martínez, hija del capitán D. Juan José
Martínez (a) Pípila, pp 12 y 12-1 de “La familia del “Pípila”
La historia del Pípila no debe de
ser un dogma pero debe de dejar de ser una leyenda por las pruebas localizadas
en la actualidad.
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