DE CÓMO UN MALO PUEDE SER BUENO
(O de la rehabilitación del
“Puente de los Tepalcates”)
Fernando Amate
La gramática elemental no enseña que
los antónimos expresan ideas opuestas, así el antónimo de grande es pequeño, de
todo es nada, de alto es bajo y de malo es bueno. . . empero este último ejemplo admite una
excepción, si se trata del apellido Malo y este corresponde al ing. Julían Malo
Guevara, el apellido va en sentido contrario a la catadura moral, el amor por la patria chica y el compromiso social de tan notable ciudadano.
Y como obras son amores, don Julián ha querido
donarle a la ciudad de Celaya, el remozamiento y embellecimiento de uno de los
inmuebles icónicos de la ciudad: El puente sobre el río de la Laja. Estructura
bella y funcional obra del “Miguel Angel Mexicano”, nuestro querido Francisco
Eduardo Tresguerras.
Puente que durante décadas no mereció
la atención de autoridades o particulares y por ello sufrió severos daños como
fruto del descuido y de la incuria que llegó al grado de “grafitearlo” en más
de una ocasión.
¿Por qué dispuso don Julián de su
propio peculio para la restauración del puente?, la respuesta es nítida y
contundente: por el simple y llano amor
a su tierra. Cualquier otra especulación raya en la bajeza y ruindad de gente
sin escrúpulos y que solo encuentra sórdidos argumentos detrás de cualquier
gesto.
Aquí una breve semblanza que nos
traslada a principios del siglo XIX en Celaya, época donde se erige el
multicitado puente.
Los orígenes
Habrá que trasladarse al lejano 1803.
México era una caldera en ebullición. Los criollos, mestizos, indígenas e
incluso excepcionales peninsulares sabían que muchas cosas no marchaban bien en
la Nueva España. Una brutal asimetría (como ahora) situaba a una élite como la
poseedora de grandes caudales, mientras que la inmensa mayoría navegaba en el
proceloso océano de la medianía y la pobreza. Al caldo de cultivo que
significaba la desigualdad social y la injusta repartición de la riqueza se le
sumaban las ideas libertarias de los enciclopedistas, la inminente invasión a
España por las tropas napoleónicas y
sobre todo siglos de agravios contra los naturales de estas tierras, este
amasijo de hechos e ideas habrían en el futuro inmediato, de manifestarse con
violencia inaudita.
En esos tiempos pre -independentistas
Guanajuato, ya se perfilaba como el crisol de las ideas libertarias.
Pero mientras de manera soterrada se
llevaban a cabo conjuras, prevenciones, planes para una insurrección, en
apariencia, y solo en apariencia, en nuestro estado privaba una “calma chicha”,
“aquí no pasa nada”, “aquí no sucede nada”, pregonaba la corte.
Por ello el virrey José de
Iturrigaray se apersonó en Celaya en aquel 1803 en medio de vítores, aplausos, caravanas de
zalameros, población abúlica y sumisa (supuestamente).
El virrey de marras discurrió que era
menester autorizar corridas de toros para que, con lo ahí recaudado, se
costeara la construcción de un puente sobre el Río de la Laja.
Se sumaban dos actos, uno innoble:
“al pueblo pan y circo” a través de las corridas de toros como distractor y
adormidera; el otro noble y necesario:
la construcción de un puente que librara el paso de Celaya hacia el oriente,
paso a menudo interrumpido por las crecidas del Río de la Laja.
Un prohombre celayense, don Francisco
Eduardo Tresguerras ya tenía un proyecto para la construcción de tan necesario
puente. El virrey sabedor de ello vio con agrado la propuesta del paisano.
Huelga decir que el arquitecto
Tresguerras, aficionado a los toros, se
dio doblemente por satisfecho, por un
lado los eventos que costearían su obra serían las corridas de toros y él
podría dar una muestra más de lo que el tiempo catalogaría como obra de
excepcional belleza.
Celaya ya era en aquellos ayeres una
ciudad de sobria belleza, ejemplo de laboriosidad de sus habitantes. Un clima
benigno, el talante de su gente hacían del Celaya de inicios del siglo XIX un
destino admirado por propios y extraños. Y ahí en esa “Tierra Llana”,
Tresguerras era un interlocutor válido para los distinguidos visitantes. Se
conoce que el afamado barón Alejandro de Humboldt en su paso por estas tierras,
habló con Tresguerras de tópicos artísticos.
La inauguración
En los anales de la historia de
Celaya se registra como el 15 de agosto de 1809, como la fecha de inauguración
del puente sobre el Río de la Laja.
Es decir mediaron casi seis años para
la conclusión de tan magna obra, a la luz de nuestros días parecería mucho
tiempo, habrá que contextualizar cuáles eran las técnicas constructiva de esos
ayeres, de qué recursos económicos y de mano de obra se disponían. Más allá del
tiempo transcurrido, el hecho es que las crónicas de entonces decían que: A
cuatro kilómetros al este de Celaya, se inauguraba el puente autorizado por el
virrey Iturrigaray y encargado por el Intendente de Guanajuato, Juan Antonio de
Riaño (que el con el tiempo jugaría un papel central en la Guerra de Independencia
de 1810)
¿Un puente de tepalcates?
El tepalcate es un trozo de barro con
el que se suelen construir cacharros. Por su naturaleza es un material frágil y
quebradizo de muy bajo costo. Ende no propio para construir con él elementos
que han de soportar enormes pesos.
Valga toda la anterior explicación,
para informarles que en su época, los detractores de Tresguerras al saber el
bajo costo del puente, con sorna
afirmaban que, seguramente la obra
estaba construida con tepalcates.
Tresguerras fue un personaje
polémico. A la fecha se discute si gozaba de la licencia otorgada por la
Academia de San Carlos para ejercer la arquitectura. Queda la duda de cuál era
su postura ante la Guerra de Independencia, su supuesta amistad con Miguel
Hidalgo, su afición a los toros, etc. Lo que no concita dudas y convoca
unanimidad es su indudable talento.
Tresguerras no era de los buenos
cristianos que al ser abofeteados ofrecen la otra mejilla. Hombre de ingenio y
genio, cobró sutil e inteligente venganza contra los que afirmaban que su
puente era de tepalcate.
El historiador guanajuatense Lucas
Alamán dice:
“que los detractores de Tresguerras,
cuando supieron lo que iba a importar la construcción, dijeron que iría a hacer
el puente de "tepalcate"; por lo que el artífice para picarlos más,
imitó los tepalcates en el decorado de sus almohadillados, adornando el
conjunto con sendos estípites de hermoso diseño que, rematados por grandes
piñas, flanquean sus entradas; y dio cima a la obra, haciendo grabar en ella esta
sencilla inscripción: "La Ciudad de Celaya—Por su propio beneficio—Ha
construido este puente—Pasajero".
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Mucha agua ha corrido bajo el puente
(bueno en tiempos recientes no tanta), a más de cuatro siglos de su
construcción el puente estrena fachada, se ha lavado la cara, perfumado de
domingo, vestido de gala para solaz y admiración de propios y extraños. ¿el
artífice? Un celayense de bien que ya escribió con letra bonita, sintaxis
correcta y ortografía impecable, su nombre en el libro de la historia
celayense: Ing. Julián Malo Guevara.
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