Don Zeferino Gutiérrez
Cuando ya ha pasado el siglo de oro para San Miguel y se han construido sus grandes edificios. La Congregación del Oratorio ha ampliado la capilla que en 1712 recibió de la Cofradía de los mulatos dedicada a la Virgen de la Soledad y al Señor Ecce Homo, la reorientaron y en sólo dos años terminan el magnífico templo de San Felipe Neri. Pero el entusiasmo de la población sanmiguelense por la invitación que se le hizo a la Congregación oratoriana y que demostró en obras cuando ayudó a levantar el edificio se vería pronto contrastada cuando por el trabajo de los sacerdotes que lucharon porque la feria de San Miguel por el Señor Ecce Homo no fuera tan “entusiasta” ya que llegaba a los “excesos” normales de una fiesta profana de dos semanas que hizo que se acuñara el dicho de: “de los reales, Guanajuato, de las villas, San Miguel”. De igual forma procedía el cura beneficiado don Cristóbal Ramírez quien celoso por el éxito de los recién llegados mudó su opinión a favor de los hermanos del padre Juan Antonio Pérez para convertirse en su peor enemigo. El colofón de esa pugna estéril fue que les fue arrebatado el cuerpo del deseo: la Imagen del Ecce Homo, justificando el despojo con el magnífico camarín que se les edificó en la parroquia de San Miguel. Ya nada sería igual. El pueblo seguía asistiendo a llevar sus ofrendas al Oratorio y ahí presentaba sus demandas en forma de danzas. La feria poco a poco decayó.
También en aquel siglo regresan los franciscanos que había sido desposeídos de su misión y emigraron al norte estableciéndose en la Villa de San Felipe pero cincuenta años después respondieron afirmativamente a la invitación de coadyuvar en la atención de la feligresía de esta villa fundada por su compañero de hábito Juan de San Miguel. Levantan entonces la Tercer Orden y el convento antiguo de San Antonio. Años más tarde, al aumentar la población de frailes ampliarán el convento y derribarán la primitiva iglesia de San Francisco para levantar la espaciosa nave que hoy conocemos con esa fachada que es toda una fachada retablo barroco con imágenes de santos y santas franciscanas que proclaman a los cuatro vientos la historia de hoy y mañana las cumbres franciscanas. Tresguerras coronará más tarde el edificio con la torre neoclásica orgullo de toda la población.
A mediados de aquel periodo se muda el centro de la población para su actual ubicación.
Se despoja a los barrios de los espacios y se levantan las mansiones señoriales que hoy exornan el corazón de San Miguel. La alcaldía compra terreno que fue parte de la plaza central y levanta ahí las Casas Reales (Presidencia Municipal). Francisco Martínez Gudiño termina el convento concepcionista y aunque el templo queda inconcluso se mudan las monjitas a su casa propia.
Los templos todos: la parroquia vieja o sea el Templo de San Rafael, la Parroquia de San Miguel Arcángel, San Francisco, La Salud, la Santa Casa, el Beaterio de Santa Ana, el de Santo Domingo, etc. le dan un aire místico que todavía distinguimos. Cerca de aquí, a dos leguas y media, el Padre Alfaro lleva a cabo los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola en la Casa de ejercicios que utiliza como libro pétreo la obra pictórica de Miguel Antonio de Pocasangre en el magnífico santuario de Jesús Nazareno. Hacendados y rancheros vuelcan parte de los beneficios económicos que recibe de sus florecientes propiedades en apoyo generoso a templos y obras pías; muestra son las casonas y edificios religiosos que hoy siguen dando fe de riqueza y buen gusto.
En este ambiente termina el siglo pero de igual forma la sociedad novohispánica ha madurado y uno de sus hijos ha propalado la idea de que se debe buscar la independencia de la península. El nuevo siglo sacude los cimientos del virreinato al conocerse la preparación e inicio de una lucha sangrienta que si bien hace coincidir las opiniones generales de casi todos los habitantes de la colonia y pondrá a la trabajadora villa en los anales de la historia patria, traerá la ruina económica para la otrora bulliciosa población.
Dice De la Maza: “los españoles, vida del comercio, no estaban; los criollos, alegres y bullangueros, que, junto con los primeros formaban lo mejor de la sociedad, andaban en la guerra; los obreros y campesinos engrosaban las filas insurgentes y el lucido regimiento combatía en lejanas provincias. Las industrias se paralizaron, el comercio apenas existía y la pobreza se apoderó de la villa por primera vez en su historia.”
Su humilde cuna no le da un halagüeño futuro y se ganará la vida en el duro oficio de albañil. No se tienen noticias de que haya emigrado a poblaciones cercanas, aunque tampoco evidencias para poderlo rechazar, y considerando no hay para entonces grandes obras que requieran personal capacitado y, sobre todo, arquitectos que trabajen y enseñen, tenemos que aventurar la idea de que fue un espíritu inconforme, observador, analítico, audaz, que soñaba con emular aquellas obras arquitectónicas que le rodeaban de las que todavía hoy se ufanan los habitantes de estos lares.
De su vida personal se sabe menos, se casó con Ma. Soledad Anaya de Gutiérrez, tuvo dos hijos: Leandra y Jesús. Se sabe, por tradición oral familiar, que su hijo quiso ingresar en el seminario pero fue rechazado algo que no pudo soportar el aspirante y se trastornó de sus facultades y falleció el 14 de agosto de 1883, a los once años de edad. Su esposa falleció el 20 de enero de 1902. Sus restos descansan en la capilla de la Saleta.
Uno de los primeros trabajos en nuestra ciudad es el pórtico de La Ermita, su escalinata y atrio. Desde aquí divisó la Virgen de Loreto a la villa que desde entonces convirtió en su hogar al llegar de Europa “invitada” por el señor De la Canal. Felipe Cossío del Pomar conoció los despojos de cantera cuando restauró a su lado aquella célebre casa que tuvo aquí posada temporal de tantos intelectuales y artistas que visitaron San Miguel, invitados por él. Cuando Cantinflas levantó su hotel “La Ermita” restaura la obra que don Zeferino había levantado en 1876.
Debe de haber tenido a su cargo varias obras importantes para que el Padre Antonio Mojica, C.O. le encargara la construcción del altar de Nuestra Señora de Guadalupe en el templo del Oratorio de donde debió haber retirado los restos del antiguo retablo barroco.
Al año siguiente con el patrocinio económico de don Isidro Sierra levanta el altar mayor del Oratorio y se atreve entonces a firmarla pues en su base colocó la leyenda: Zeferino Gutiérrez, fecit. A decir del Dr. Francisco De la Maza que en un antiguo exvoto se puede ver que el altar principal tenía un gran retablo dorado que parece barroco, con estatuas de santos que hoy andan repartidas por la iglesia.
Mencioné antes que las Madres Concepcionistas ocuparon su convento sin estar terminado el templo anexo y fue don Zeferino quien, por encargo de su capellán el RP Pedro Sandi Valdovinos, fue levantando el interior del templo que carecía del crucero y presbiterio. Así, conforme se reunía el dinero suficiente fue tomando la forma que hoy conocemos de “Las Monjas”. El 8 de febrero de 1880 se termina las paredes del crucero y el 15 de agosto de 1882 se bendijeron las bóvedas del crucero y del presbiterio y el altar mayor.

El cura de entonces el R.P. José María Correa, citado por don Pepe López Espinosa dice que la fachada “amenazaba ruina” pues estaba cuarteada y tuvieron que ser retiradas las campanas. Don Zeferino adosó la nueva torre a la antigua construcción a manera de ensamble para evitar mayores daños. Vista lateralmente se aprecia lo anterior.
En el siglo pasado el señor cura Enrique Larrea construirá la capilla de Nuestra Señora del Carmen y el señor cura José Mercadillo la de Nuestra Señora del Rosario. Tuvo la iglesia parroquial una puerta lateral hacia el poniente que sería reubicada hacia el norte al construirse la capilla del Carmen. El pórtico es seguramente el edificio más fotografiado y es un ícono que identifica a la ciudad internacionalmente.
Es un error arquitectónico, dice don Francisco De la Maza, y continúa: no encaja con el ambiente y la arquitectura sanmigueleña, además de que su tosca factura no tiene nada de la gracia y finura que distinguen al verdadero gótico, destruyendo la hermosa visión colonial de la plaza. Aunque finalmente lo disculpa cuando manifiesta: no es culpa del ignorante e ignorado albañil-arquitecto Don Zeferino Gutiérrez, sino del abominable gusto artístico que privó durante casi todo el siglo XIX.
El atrio también fue modificado con altos pilares que pretenden ser góticos y unen las antiguas rejas; por el lado poniente aún se conservan tres o cuatro de los nobles columnas de antaño, en cuyas oquedades, en forma de nichos, había un vía-crucis pintado al templo en graciosas figuritas llenas de colorido.
Durante el cuarto centenario, se colocó en la esquina noroeste la estatua que representa a Fray Juan de San Miguel obra del escultor Fidias Elizondo. Las campanas de la parroquia se llaman: la mayor: San Miguel, es del siglo XIX; La más antigua es “La Luz”, de 1732 y consagrada en su segundo centenario; otra, sin nombre, de 1808, “San Pedro, hecha en 1838; las demás fueron consagradas en 1885, cuando se colocaron en la nueva fachada gótica.
En 1896 modifica la torre del reloj público y la ventana superior del templo de San Rafael, conocido como la Santa Escuela de Cristo para armonizarlo al estilo de la fachada parroquial.
En 1901construye el “Mercado Aldama” conocido después como el Mercado de las Flores y más adelante sirviendo como Centro de Higiene para llegar al día de hoy como Restaurante. Adosada a la pared, todavía puede reconocerse parte de la balaustrada que algún día sirvió de perímetro al atrio parroquial. Otra parte de ella fue cambiada al atrio de la Santa Cruz del Chorro.
Don Pepe López describe así los últimos días del constructor de estas obras:
Finalmente construyó de su peculio una pequeña capilla para que sirviera de tumba para él y su familia, la capilla de la Virgen de la Saleta, en el interior de templo de la Santa Escuela. Aprovechando la puerta lateral de ingreso y el espacio comprendido entre el templo y el Mercado Aldama. Aquí fueron sepultados su esposa, su hijo y él mismo, aunque su tumba carece de lápida o señalamiento dado que murió en plena epidemia de tifo y en momentos álgidos de la revolución situación que obligó su sepultura inicial en el panteón de San Juan de Dios y años después en el momento de la exhumación de sus restos, su familia había venido a menos y su memoria tendía a olvidarse.
Don Zeferino murió el 23 de marzo de 1916. Descanse en paz.
Enviar Comentario