EL SAN MIGUEL RURAL
Por: Luis Felipe Rodríguez
No puedes amar lo que
no admiras, por eso al llegar a San Miguel me deslumbró su belleza y, al
admirarlo, lo hice mi proyecto de vida, dice Arturo Morales, quien llegó a
la ciudad hace treinta años y a partir de entonces no deja de caminarlo. Eso te da un vínculo, deja el derecho, soy
desde entonces un apasionado de San Miguel. Platicar con él es siempre una
delicia porque me permite ver el ángulo que un “fuereño” tiene de este lugar
donde nací y del que, igualmente, me siento enamorado y es que hay razones para
estarlo. A San Miguel, como sugiere el Principito, hay que verlo con el corazón.
Arturo es ganador, junto con Pavel Hernández, del Premio Nacional de Turismo
usando insumos locales, rutas milenarias, capillas de indios, etc. que le
dejaran al visitante una experiencia y una emoción que lo marcara en un
parteaguas de antes y después.
César Arias de la Canal, incansable defensor del ambiente
natural y las tradiciones, opina que a lo largo y ancho del territorio
municipal existe toda una serie de atractivos tanto históricos como naturales,
que forman parte del patrimonio local. Muchos de ellos son poco frecuentados,
pero constituyen puntos de interés para el visitante, sobre todo para aquel que
quiere alejarse del bullicio de los circuitos turísticos para andar veredas y
descubrir bellezas monumentales y ecológicas (…) posee importantes y variados
recursos naturales, los cuales se han librado de más de cuatro siglos de
destrucción ambiental. Desde montañas coronadas de encinos en sus partes más
elevadas, hasta las frondosas riberas del río Laja en el fondo del valle, el
agua que brota de la tierra y escurre por innumerables arroyos da vida a una
gran diversidad biológica de plantas y animales, a pesar de la escasa
precipitación pluvial que tiene lugar en la región.
Es un lugar auténtico. 2500 años en el aspecto natural
reciben al turista que llega. Es la frontera volcánica. Aquí hubo valles productivos,
fertilizados por las cenizas volcánicas. En el planeta hay seis lugares de
civilizaciones original que produjeron agricultura: India, China, Egipto,
Mesopotamia, los Andes (Perú-Bolivia) y Mesoamérica. Cierto, estamos en la
frontera. Hacia el sur hasta Panamá y hacia el norte hasta Texas, Nuevo México
y Arizona. Pero quien puede dudar de la fertilidad de esta zona donde ahora
tenemos la Presa Allende, de Puerto de Nieto y otros lugares alrededor. No es
el Bajío, estamos en los altos de Guanajuato.
Pero el turista encuentra un lugar: auténtico, único,
irrepetible, excepcional, porque tiene una biodiversidad que le permitió a sus
antiguos moradores el alimento suficiente para ser habitable y que hoy se
enriquece con su cultura; además de la herencia arquitectónica, cuya
importancia ha reconocido ya la UNESCO, encontramos cuatro ecosistemas bien
definidos: bosque de encino, semidesierto, bosque de galería y humedales.
Bosque de encino: Los Picachos (volcán Palo Huérfano) y
Cañada de la Virgen. Desde 1989 se consiguió un primer núcleo territorial de
noventa hectáreas dedicado a la preservación del bosque (iniciativa de CANTE,
A.C., grupo conservacionista local), conocido como La Cañada de los Pajaritos.
Su nombre se debe a una especie de pájaro azul, de buen tamaño y canto
brillante, que en ruidosas parvadas abunda por los encinares. Ellos comparten
el bosque con otros animales silvestres, como el águila, el coyote, la zorra
roja y el venado cola blanca, los cuales han logrado sobrevivir al implacable
exterminio practicado por los cazadores furtivos. Es posible subir hasta La
Cañada de los Pajaritos y regresar a San Miguel el mismo día, o bien pernoctar
en la reserva la cual cuenta con un albergue y vigilancia permanente.
Semidesierto: los suelos calcáreos y arenosos dan sustento a
una asombrosa variedad de cactáceas y agaváceas, entre las que destacan el
garambullo, la biznaga, el cardón, la yuca, la cucharilla y el maguey, y un
buen número de nopales. El ejemplo más claro está en el Charco del Ingenio
(jardín botánico) que junto al Jardín Botánico de la UNAM tiene la mayor colección
de plantas del semidesierto. La mayoría de estas plantas desérticas florean
majestuosamente duramente la primavera, y son relevadas durante los meses de
lluvia por alfombras multicolores de flores silvestres, las cuales se tornan
doradas al acercarse los fríos
Matorral bajo: crasicaule, cactus y suculentas (plantas como
cactus, pero sin espinas que guardan el agua en su interior). Varias especies
arbóreas y arbustivas autóctonas, como el mezquite, el huizache, el palo dulce
y el cazahuate, se reproducen naturalmente gracias a su adaptación a las
condiciones extremas de temperatura, viento y sequia del municipio. Todo este
conjunto florístico configura la imagen clásica del paisaje rural del
altiplano.
Bosque de galería: se da al lado de los ríos, pero
principalmente en los cañones. “El Cañón del Águila Cola roja” como hoy se le
conoce, aunque para los antiguos siempre serán “las tinajitas”, en un cañón de
los Picachos. Se creó en la parte baja un microclima, protegido por el propio
cañón que propicia mayor humedad y que produce una biodiversidad especialísima
y hoy en día al contacto con estas piedras basálticas crea un lugar
excepcional. Otros cañones muy interesantes son donde está la Cañada de la
Virgen. Al ir subiendo en el camión que nos lleva al sitio arqueológico y
después de ver el semidesierto podemos ver el encinar y en los cañones este
bosque de galería con: acebuches, pingüicas, con árboles matorrales tropicales
y semitropicales y al ver, volar por la zona al aura gallipavo o al zopilote
negro lo que estamos comprobando es que hay una gran biodiversidad porque estos
animales son un indicador de la cadena alimenticia, ellos, como carroñeros,
delatan la fauna existente.
El humedal: donde se acumula el agua y cuando pasa el tiempo
se van favoreciendo complejos de vida. Tal vez muchas personas los sigue
nombrando Ciénegas y otros tal vez pantanos –aunque este concepto tenga una
historia negra no siempre real-. Humedal, Ciénega o pantano es el lugar donde
se genera la vida o si lo prefiere alguien donde se regenera la vida. Aquí el
río laja y río San Damián –ríos de San Miguel-, los tenemos con plantas que a
veces los despreciamos por falta de conocimiento, pueden ser: carrizos, tules,
sauces, etc. a la orilla de los ríos. Lo que hacen éstos con toda la contaminación
que lleva la corriente, a veces por cuestión natural (peces que mueren, hojas
que caen, etc.) pero, lamentablemente, la mayoría de las ocasiones es por falta
de cuidado humano. Cumplen una importante función ecológica en las riberas de
los lagos y estanques, sirviendo de defensa contra los embates del viento y las
olas, permitiendo el crecimiento de otras plantas, brindando criaderos a la
fauna lacustre y evitando la erosión. Estas plantas absorben esas aguas contaminadas;
las bacterias necesitan aire (aeróbicas), al pasar el agua por estas plantas
donde no tiene contacto con el aire, se mueren y las que sobreviven son las
anaeróbicas (las que no requieren de aire); pero al pasar esa agua por estas
plantas y llegas a las hojas y llevar a cabo el intercambio oxígeno-bióxido de
carbono, ahí se mueren las anaeróbicas y este proceso repetido en cientos, miles de veces en esa flora
benéfica, está beneficiando al ecosistema.
Este es uno de los muchos servicios que da el humedal. Otro,
es el paisaje: las saucedas son preciosas, generan suelo, dan sombra. En el
semidesierto se agradece cualquier sombra de árbol y más de los sauces que son
abundantes. Algunas personas no les gustan los gatillales (mimosas) hay más de
cien variedades y éstas le dan cabida a otras nativas que tienen fragancia como
la citronela, esas yerbitas que se dan en los humedales. En la ribera del río o
en la orilla de la presa mueve uno esas plantas y nos devuelven una deliciosa
fragancia a cítricos, es la citronela, y como ésta hay cientos de plantas. El 80
% de la biodiversidad lo compone la flora, en estos lugares, a mayor diversidad
de plantas mayor diversidad de fauna, incluyendo las más evolucionados que son
los mamíferos: zorras, correcaminos, mapaches, armadillos, etc.
No necesitamos admirar la belleza arquitectónica para
estimar a San Miguel. En el barrio del Ojo de Agua, aún existe su manantial que
le da nombre y todavía encontramos algunos árboles nativos. Al pie de este
barrio está el Parque Juárez y su avifauna. Ahí hay un jardín que hizo Audubón
Society desde 1974. La administración actual de esta fundación ambientalista hizo
un jardín de plantas aromáticas que a la vez son polinizadoras y están en un
rincón del lugar. El propio parque, aunque son plantas exóticas (que no son
nativas de aquí), le han dado cobijo a buena cantidad de aves. En una buena
tarde podemos encontrar más de treinta diferentes variedades. Escuchen sus
cantos que son extraordinarios sus sonidos, por ejemplo, el carpintero, más que
cantor, emite un sonido especial que puedes localizar y ver cómo trabaja. Ahí
mismo podemos observar los monumentales garzones blancos. Hay personas que se
molestan por sus excrementos, pero ellos llegaron aquí hace muchos años antes
que nosotros. Habría que admirar, por ejemplo, que son aves muy fieles, que
viajan al río Laja a cinco kilómetros por un pez y alimentan a sus polluelos,
si él va primero, ella hace el siguiente viaje y así sucesivamente. Quizás lo
que tendríamos que hacer es un sistema virtuoso en donde pudiéramos tener en
condiciones limpias la parte de abajo, pero sin molestar, además no están todo
el tiempo, en este momento hay porque es verano.
El entorno natural de San Miguel de Allende es rico, variado
y atractivo para el visitante que guste del campo y la naturaleza. Puede
aventurarse por las terracerías del municipio para encontrar pintorescas
comunidades de gente amable, dispuesta siempre a la conversación y a la
hospitalidad. O bien caminar veredas solitarias para detenerse frente a las
ruinas de una antigua hacienda, o nada más para admirar el siempre sorprendente
paisaje rural mexicano.
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