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La Santa Escuela de Cristo




Por: Luis Felipe Rodríguez Palacios.


     “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 9, 13) es una “invitación” que hace Jesús para que se analice de parte de los fariseos que reclaman el por qué comer con los pecadores. Es algo que no debemos olvidar sobre todo en este tiempo de Semana Santa. No pensar que basta con mirar o participar en alguno de los muchos actos extralitúrgicos que se celebran en nuestra ciudad. Pero como el objetivo de estas líneas es el mostrar algo de la riqueza de nuestras tradiciones semanasanteras quede lo primero como una premisa solamente. Es el siglo XVIII el tiempo de mayor producción del sincretismo religioso creado por las órdenes coadyuvantes en la conquista española. Se levantan entonces templos y palacios y nacen o  se fortalecen las más caras prácticas espirituales.

     Desde su llegada a la nueva Congregación oratoriana el bachiller Luis Felipe Neri de Alfaro dio muestras de un misticismo muy acendrado. Y recién ordenado sacerdote se integra en la formación religiosa de la comunidad. Para 1735 le encontramos trabajando para mejorar, desde los cimientos, la capilla de Nuestra Señora de la Salud, que en este mes cumple 300 años de haberse colocado la primera piedra, pero él aspira a llevarla hasta la excelsitud y trabaja para conseguir que sea, como la vemos hoy, una pequeña joya del tesoro artísticos de la villa.

     
En este 2017, la ciudad está celebrando los 475 años de su fundación. A éste ya gran acontecimiento, habrá que agregarle los 275 años de la fundación de la Hermandad de la Santa Escuela de Cristo autorizada en 1742 por el obispo de Valladolid Don Francisco de P. Matos y Coronado. En esta empresa le acompaña el, también oratoriano, Padre Martín Zamudio. En el Santuario de Jesús Nazareno con puerta hacia la calle dejó casi terminado el oratorio de la Santa Escuela.

     Ramón de la Campa señala que esta institución hay que inscribirla en la corriente espiritual iniciada por San Felipe Neri en Roma con los oratorios para seglares. Padre y Patrono de las Escuelas de Cristo se le considera al fundador de esta congregación que agrega a sus distintas prácticas religiosas este instituto de perfección cristiana en la vida secular que dentro de sus estatutos tenía número limitado de integrantes a 72 (por ser los discípulos enviados por Jesucristo); de llegar a rebasarse la cantidad se debía fundar una nueva Escuela.

     Para llegar a esta perfección cristiana, aparte de imponer a sus hermanos llevar una vida coherente y un espíritu de oración, se realizan ejercicios colectivos semanales, presididos por el Padre Obediencia, director espiritual y presidente de la Escuela de Cristo. En estas prácticas, se hacen invocaciones iniciales y un acto penitencial con bendición con el hisopo. A continuación, y con el oratorio iluminado sólo por velas, se realiza una meditación que incluye media hora de oración mental sobre el evangelio leído en la misa del domingo anterior y, con las luces encendidas, una lectura de la Pasión con todos los hermanos arrodillados con los brazos en cruz. Unas oraciones ponen el punto y final a más de una hora de meditación semanal.
     
     José Antonio Martínez, comenta: La Santa Escuela de Cristo es la rama penitencial de la Cofradía de la Virgen del Rosario. Orgánicamente depende de esta Cofradía. En los estatutos de la Cofradía de la Virgen del Rosario hay un apartado en el que se refiere a la Santa Escuela de Cristo, donde se especifican qué requisitos se exigen para ser miembro de la Santa Escuela de Cristo, cómo se nombra al Hermano Mayor y cuáles son las atribuciones.

     Para tener un oratorio en donde reunirse restauró el padre Alfaro la iglesia de San Rafael la que sirvió a la Hermandad de 1743 a 1776, salvo el periodo de 1756 a 1765 cuando el templo fue acondicionado para ser utilizado por las monjas concepcionistas mientras terminaban su convento. Esta es la razón por la que hasta el día de hoy se conoce a dicho templo como la Santa Escuela.

     Don Donato Almanza compartía varios recuerdos de su experiencia como cofrade: que tenían, como propósito importante, la visita a los hospitales y cárceles y la atención a los hermanos enfermos; que los dos lucernarios del templo de San Rafael, uno de forma circular, representa en la mente del P. Alfaro, la redondez de la tierra y otro cruciforme, representando la Redención (López Espinosa, 2010). Durante estas prácticas se situaban dos cráneos a los pies del altar, con dos tibias dispuestas en forma de cruz. Esto era así porque durante el ejercicio había disciplina. Los hermanos se desvestían —motivo por el cual no podían pertenecer las mujeres a la Escuela de Cristo— y, durante el canto del miserere, se flagelaban. Y eran los Vía Crucis una actividad sustancial.

     Uno de los rasgos característicos de la Escuela de Cristo era el de mantenerse oculta y en la intimidad. Consta la directiva de un presidente o Padre Obediencia que siempre es un sacerdote, dos diputados (o consejeros), un delegado de altar y otro de puerta (como diputado mayor de gobierno). Durante el recorrido procesional se les distingue por su atuendo blanco, corona de espinas, lazo y disciplina.

      Don Cornelio López considera que el mayor esplendor de esta Hermandad fue a partir de cuando los cofrades regresan al templo de San Rafael. Es entonces cuando se abre la puerta lateral donde alguna vez estuvo el retablo de San Antonio Abad (imagen del siglo XVI-XVII) y actualmente está la capilla de la Virgen de la Saleta. Es por esa puerta por donde salen las procesiones que hoy tanta devoción conservan: el Vía Crucis público y Santo Encuentro, donde los principales participantes eran los cofrades de esta Hermandad.
  
     María de los Ángeles Correa, citada por don Pepe López, dice: “Todos los Viernes de la Cuaresma, mi madre acostumbraba rezar el vía crucis al aire libre, siguiendo las catorce estaciones marcadas por las hornacinas de cantera rosa; la primera hornacina estaba en la casa número 5 de la plazuela de San Francisco (…) yo acompañaba a mi madre (...) el recorrido terminaba dando vuelta por Mesones cuesta arriba, en la Capillita del Calvario…”

     El Padre Mercadillo y don Félix Luna no coinciden en el recorrido, el primero dice: “Bien sabido es que a su devoción a la Sagrada Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, se debe el Vía Crucis construido y colocado desde el templo de la Santa Escuela hasta el templo del Calvario (…) y que aún existen los nichos de cantera labrada con sus respectivas cruces por las calles de la ciudad. Y el segundo menciona las calles: Correo, Corregidora, Juárez, Mesones, Núñez y Pedro Vargas. Después, con las leyes de reforma, se produce una pausa en la villa, la que habrá de encontrar la oportunidad de renacimiento durante el Porfiriato a iniciativa de los frailes Franciscanos.

     Don Franco Barajas, dice: “…amanecía pesaroso el Viernes Santo. Damas y caballeros vestían de luto y sus semblantes traslucían la congoja por la prisión del Redentor… arremolinada la muchedumbre y, enseguida, la doliente procesión instituida por el padre Alfaro, salía de la Santa Escuela para terminar en el Oratorio, con ceremonias conmemorativas y conmovedoras… lo más patético era el “Paso del Sacerdote”, también a iniciativa del padre Alfaro, quien desde Atotonilco había cargado a cuestas una maciza cruz”. Por su parte don Antonio Ruiz Valenzuela agrega a esta descripción: “…haciendo publica penitencia, con una soga al cuello… daba tres caídas en rememoración de las que por nosotros sufrió el Rey de Reyes”. El Lic. Leobino Zavala agrega a lo anterior: “…con una corona de espinas, que se le introducían por la frente y bañaban sus rostro en sangre…”

  “Prohibición de disciplinantes en procesiones(…) no permitan en las procesiones de Semana Sana, disciplinantes, empalados, ni otros espectáculos semejantes (…) debiendo los que tuvieren verdadero espíritu de compunción y penitencia elegir otras (…) secretas y menos expuestas (…) procediendo contra los contraventores (…) al que así se hallare, como a los que le acompañen, se imponga la plena de diez años de presidio y 500 ducados para los pobres de la carel, siendo noble, y al plebeyo doscientos razones y dos años de presidio en calidad de gastador” (Juan N Rodríguez, 1980).
   A la muerte del padre Alfaro (1776) termina esta etapa floreciente de la religiosidad de esta villa que rematará D. Carlos III, con la Real Cédula de la prohibición de flagelaciónen la vía pública.

     El Santo Encuentro ha tenido varios cambios a lo largo de los tiempos. El Padre Mercadillo los hacía sólo en el interior de la parroquia y más tarde se amplio al atrio. Sus sucesores incluyeron la explanada y a la fecha abarca varias calles más. En algún tiempo participó el Señor de la Conquista, durante muchos años lo hizo el Señor de la Columna y actualmente sólo lo hace el Señor Ecce Homo. Las demás imágenes son la Virgen de los Dolores de la Santa Escuela, Señor San Juan, la Verónica, María Cleofás. Los “pasos” representados por niños eran varios pero a la muerte de doña Lola Hernández se han visto menguados. 

     Durante tres décadas el Lic. Rubén Villasana fue el organizador de esta procesión con un grupo de personas más y en los últimos años se ha hecho cargo el Lic. Antonio Rayas. Será hasta la llegada del padre Mercadillo cuando reviva el “Paso del Sacerdote” en esta procesión, y será hasta otra lugar en que podamos mencionar la otra procesión que tanto impresiona: el Santo Entierro”.

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