¡Grasa, joven¡
¡Grasa, joven¡
Texto: Fernando Amate
Entrevistas: Guillermo González
Fotografías: Michael Javier Hernández
En
el Celaya setentero se les podía ver por casi toda la geografía urbana del
municipio, deambulaban principalmente en el centro histórico, calles aledañas,
cantinas, bares, piqueras era su hábitat, su espacio laboral para lustrar
zapatos. Eran nuestros entrañables boleros, la mayoría de ellos niños, pubertos
y adolescentes. Famélicos muchos, desarrapados otros, sin excepción pobres.
Niños
o cuasi niños a los que el cajón les pesaba tanto como su miseria, y sin
embargo se les veía con la sonrisa triste que suele acompañar a los desterrados
hijos de Eva. ¡Grasa, joven, grasa¡, tal era su pregón, su divisa, estandarte y
grito de guerra, al que acudían los burócratas, empleados de banco,
comerciantes, quienes sin rubor, recargados en un muro, o “analgados” en una
banca del Jardín Principal o la Alameda Hidalgo, requerían los servicios de los chamacos para
“darle bola” a los mocasines, botas, botines, zapatos cerrados. Clientes casi
todos masculinos que requerían para sus menesteres de una pulcra presentación,
en donde obvio los zapatos rechinando, eran condición indispensable para
generar una agradable presencia.
Clientes
también eran los pudientes del pueblo, los del apellido pomposo y las bolsas
rebosantes de pesos. Ellos, más allá de las miradas indiscretas de Juan Pueblo,
convocaban a los boleros a sus mansiones donde les tendía, cinco, diez, ene
número de pares para que, gracias al
artificio del jabón y las cremas,
recuperaran su condición de nuevos.
Las
mujeres, al menos públicamente, no se
daban grasa, sus zapatos de charol y cierto prurito sexista no les hacía
clientes frecuentes.
El
tiempo, el inexorable e inevitable, el que todo trastoca, revierte, nos ha
traído en los dinteles del sigo XXI la extinción de los chamacos como boleros,
¿qué fue de ellos? ¿de los que ayer adoptaron el oficio?, pues algunos se
tornaron obreros, albañiles, comerciantes, pocos, muy pocos escalaron la
imposible escalera del prestigio social, para devenir en profesionistas,
ejecutivos o servidores públicos. Otros quedaron enredados en la telaraña del
“chemo”, la mona, el dos de bastos, el señuelo de la vida fácil a partir de la
delincuencia.
No
son los boleros, especie en extinción, solo cambió el perfil, ahora pasaron del
nomadismo al asentamiento. Su nuevo orbe delimitado y localizable se asienta en
jardines y calzadas. También cambió la edad, hoy la mayoría adultos, e incluso
adultos mayores. De ellos y para ellos son estos testimoniales, que nos permiten conocerles más y abrirles las
puertas del afecto y el reconocimiento.
Don Efraín Gutiérrez
Don
Efraín es un bolero que realiza su oficio en el jardín de la ciudad, junto con
otros lustradores más, sin embargo, es el primero a llegar a su lugar de
trabajo. Lleva ejerciendo esta profesión desde hace aproximadamente quince
años. Menciona que después de haber vivido más de treinta y cinco años en el
Distrito Federal, llegó a Celaya en busca de oportunidades, pues la capital ya
no ofrecía lo necesario, después estuvo un tiempo en Estados Unidos. Comenta
que llegó a este municipio, donde pasaba mucho tiempo en el jardín; ahí conoció
a un bolero conocido como “el grande,” -el encargado de los lustradores de la
zona, hace algunos años-, quien lo convenció de dedicarse a esta profesión.
Tuvo
que ir comprando sus propias herramientas de trabajo como grasas, cepillos,
trapos para poder desempeñarse como lustrador, aprendiendo sobre la marcha las
técnicas del oficio. Recuerda que a la primera persona que llegó con él, la
tuvo que pasar con otro bolero, pues no contaba con las herramientas necesarias
y aparte dice que “se chiveaba uno.”
Menciona
que es en diciembre cuando más solicitan sus servicios, “pues es cuando llegan todos los norteños y quieren andar con sus botas
bien limpiecitas” Alguno de los
problemas que ve, es que aunque deberían todos tener una misma tarifa, hay
quienes cobran de más y eso “los quema a
todos” pues la gente creé que es un servicio caro y no es así.
Don Juan Gutiérrez
Don
Juan Gutiérrez, es uno de los boleros con más tiempo desempeñando esta
profesión, comenzando desde los diez años. Menciona que “por qué salió burro para la escuela”, decidió dedicarse a este
oficio. Fue de su abuelo, don Jesús Gutiérrez, de quien aprendió a lustrar
zapatos, comprándose sus cosas para comenzar a trabajar. Recuerda que en el
tiempo en que su abuelo boleaba zapatos, traía su cajita con todas sus
herramientas de trabajo necesarias, y su sillita. Podría decirse que ha sido
una labor generacional, pues su papá también es bolero en la misma zona del
jardín principal.
De
igual manera menciona que es en diciembre cuando más se piden sus servicios,
llegan personas de otras partes a pedir que le lustren las botas, sin embargo
comenta que “es un trabajo donde a veces
le va a uno bien y otras veces no saca uno nada, y pues uno tiene un sueldo
fijo.”
Don
Juan platica que ahorita no reciben ninguna ayuda de gobierno, ni de ninguna
otra institución o asociación civil, pero que antes recibían apoyo de Coca Cola
o de Pepsi, tales como despensas, uniformes, zapatos. Sin embargo esto ya no
pudo ser posible, pues el gobierno municipal ya no permitió que se colocara
publicidad en los espacios de trabajos de los boleros, limitando esa pequeña ayuda
que recibían por parte de estas empresas. En una ocasión recibieron ayuda de un
par de regidores, pero hasta ahí se la visto reflejado el apoyo gubernamental.
Don José
Oriundo
de Salvatierra, Don José lleva 26 años desempeñándose como lustrador de zapatos
en el jardín de Celaya. Platica que la razón de realizar este oficio, es por
ser una de las pocas actividades que puede desempeñar por su edad, pues cuenta
con una edad de más de sesenta años y no tuvo la oportunidad de adquirir una
educación que pudiera ayudarle a hacer frente a las adversidades.
Anteriormente
trabajó como chofer, recorriendo y conociendo varias partes de la república.
Una vez en el oficio, tuvo que adquirir sus propios instrumentos de trabajo, al
igual que todos los demás y sobre la marcha aprender a lustrar de la mejor
manera posible.
Don
José platica que en Celaya hay dos sindicatos que apoyan a los trabajadores
dedicados a la limpieza del calzado; uno es el de la CTM, donde está como
representante don Toño o secretario general, estos se encuentra en el jardín y
la una parte de la calzada y los que están en San Agustín y parte también de la
Calzada. Menciona que ha últimamente no han recibido ayuda de ninguna
organización, quizá por la falta de gestión e incidencia del representante
sindical, pues anteriormente recibían ropa y zapatos otorgados por la Coca Cola
y la Pepsi.
Don Manuel
Don
Manuel lleva apenas seis años desempeñándose como lustrador de zapatos. Tomó la
decisión de llevar a cabo esta actividad como otra forma de ingresos, pues
paralelamente a este trabajo, forma parte de una compañía de seguridad privada.
Don Manuel platica que ha tenido que mantener ambos trabajos para poder
subsanar los gastos necesarios de su familia.
Un
elemento interesante de don Manuel, es que está consciente de la labor que
desempeña como bolero, exponiendo que es un elemento característico de las
ciudades, un oficio tradicional que forma parte de la dinámica social
celayense. Su espacio de trabajo se ubica en la Calzada de esta ciudad, donde
labora todos los días. Menciona que sería importante que los boleros pudieran
estar unidos en un mismo gremio, ya que como se mencionó anteriormente, existen
dos grupos de boleros en la ciudad, y lograr unificarlos, ayudaría a ser
visibilizados y apoyados.
Don
Toño
Don Toño es el representante
de los boleros del jardín, de la CTM, denominado Sindicato de Aseadores del
Zapato Tresguerras A.C; siendo el desde
hace ya seis años, eligiéndolo como tal, por su antigua experiencia laboral en
un sindicato. No obstante, don Toño lleva ejerciendo el oficio de bolero desde
hace trece años, actividad que decidió realizar por complicaciones laborales en
su antiguo trabajo.
Cuando don Toño llegó buscar
un espacio para desarrollarse como bolero, se encontraba como Secretario
General, el lustrador Miguel, mejor conocido como “El Grande” quien le permitió
establecerse en uno de los lugares del jardín para asear zapatos. Don Toño
menciona que durante el mandato de “el grande” no tenían muchos beneficios ante
patrocinadores, “pues él sólo veía para
su conveniencia”
Actualmente don Toño es el
secretario general del sindicato de trabajadores, teniendo su espacio de
trabajo, en uno de los costados del jardín principal. Don Toño menciona que
existe toda una organización en torno a este gremio, la cual está integrada por
secretarios, como el secretario de administración, de trabajo, de tesorería y general;
cada uno con una función específica que desempeña por el bien de sus colegas.
Don Toño menciona que del
gobierno no han recibido ninguna ayuda, mi siquiera le es posible tener la
posibilidad de hablar con los alcaldes. Menciona que de las antiguas
administraciones tampoco han recibido apoyos y peor aún que en la
administración pasada, les prohibieron rotular sus espacios de trabajo con propaganda,
lo que obstaculizó que ciertas empresas refresqueras, les brindaran ciertos
apoyos.
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