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Stirling Dickinson






Por Luis Felipe Rodríguez

El señor Stirling Dickinson llegó a San Miguel de Allende el 7 de febrero de 1937. Algunos piensan que fue el primer norteamericano que se estableció en nuestra ciudad pero ese honor corresponde a míster Martin Beckmann, joyero, de origen alemán, quien vino del estado de Ohio en 1932. Oriundo de Chicago, llegó a San Miguel en 1937. Su llegada fue accidental pues en 1934-35, recorrió el país con Heath Bowman, un compañero de la Universidad de Princenton con objeto de escribir un libro sobre viajes Mexican Odissey que prologó el tenor José Mojica. Antes de escribir un segundo libro sobre sudamérica, aceptaron la invitación de Mojica a su casa en San Miguel. Más adelante publicaría también La muerte es incidental.

Cuando Dickinson vio la torre parroquial supo que quería vivir en esta ciudad el resto de su vida, (John Virtue, 2006), y como césar: vino, vio y… se enamoró; viajero incansable visitó más de ochenta países pero siempre regresó a nuestra ciudad; su obra todavía perdura pues su casa en “Los Pocitos”, que sigue siendo el cálido regazo que siempre tuvo para cobijar a otras enamoradas que siempre tuvo: las orquídeas (su colección particular, la privada más grande de México, con más de 3,000 variedades); en la Biblioteca Pública, el Centro Cultural “El Nigromante” y el Instituto “Allende” todavía su espíritu persiste en llevar la cultura allende nuestras fronteras desde este girón patrio que fue su pasión y refugio.
Cossío del Pomar, su esposa y Dickinson
Su llegada a San Miguel coincide con la de Felipe Cossío del Pomar a quien apoya en la promoción de la Escuela Universitaria de Bellas Artes. Complemento y columna toral en la empresa pedagógica del peruano aunque sin más interés que el de ser útil.

Gracias a su agudeza, pues la familia Dickinson tenía una agencia de publicidad en Chicago, resalta en la publicidad detalles importantes como el clima, la cercanía de las aguas termales, las festividades indígenas, la posibilidad de una alimentación sana por la abundancia de vegetales frescos y todo esto combinado con la posibilidad de adquirir créditos o puntos universitarios para conseguir la Maestría en Artes, siempre y cuando tuvieron el antecedente de Bachiller y presentando una tesis sobre: Arte, Arqueología, Antropología o Historia de la Cultura Americana.

Como pez en el agua Dickinson trabajó en la elaboración del catálogo y eligió con sapiencia las universidades, colegios y centros culturales de destino. El buen éxito de la escuela dependió de la acertada promoción y ésta de él, afirmación que después se confirmó cuando participó con iguales resultados en proyectos que tuvieran como finalidad ayudar a la gente. Cossío del Pomar lo describió como: alto, desgarbado, increíblemente flaco, lampiño y semicalvo, imagen opuesta del atleta que ambicionó ser. Interesado en nobles empresas, donde nada tiene que ver el dinero (…) que no acabamos de comprender los latinoamericanos.

Otro de sus grandes pasatiempos, además del golf, fue el beis-bol. Formó, vistió y dirigió un equipo que hizo época. La mayoría de los jugadores eran albañiles que se ganaban su salario con dificultad. Tenía mucha visión del juego y probaba a los interesados en diferentes puestos. Jugaba contra equipos con algunos refuerzos que venían de San Luis Potosí. Prevenía a su gente diciéndoles: -vienen buenos jugadores así que deben prepararse bien y observarlos.

Entrenaban tres días a la semana: lunes, miércoles y viernes. Consentía a los jugadores, los patrocinaba completamente. 4 veces al año les daba uniformes de cachucha a calcetines. Pero les exigía disciplina. Era un obsesionado con la puntualidad. Cuando les ganaron a equipos fuertes que venían de Moroleón, Salvatierra, Cuernavaca, etc. los contrarios se preguntaban: -bueno ¿qué pasa? ¿Son muy buenos, o qué? Los de Cuernavaca, por ejemplo, eran muy, muy buenos. Volaban las pelotas lejos. Eran muy buenos.

Lo que sucedía era que despues del tiempo de lluvias el campo “Marte” quedaba en malas condiciones así que cada quien componía su lugarcito. La lluvia hacia arroyitos y para repararlo llevaba su camioneta y con ella arrastraba un riel con varios beisbolistas arriba para emparejar el campo. Pero aquellos estaban acostumbrados a jugar en campos empastados, en estadios, así que cuando vinieron aquí pues fue muy diferente.

Les ganaron. Dickinson tenía la costumbre de hacer este tipo de intercambios deportivos cada quince días. Jn juego aquí y otro en su terreno. Así que cuando su equipo presentó en Cuernavaca sucedió lo lógico… su equipo, acostumbrado a jugar en condiciones difíciles, al probarse en un terreno más propicio: ¡volvieron a ganar!

Entonces todos se llamaban con puros apodos: “Grifo”, Gualula, Rana”, “Sapo”, “Chaparro”, “Burro”, “Gringa”, “Zurdo”, etc. también jugaban los Briones: Lino, Pablo y Ambrosio, ellos formaban el Trio Briones, cuando era cumpleaños del “Jefe”, como le llamaron siempre, los jugadores de su equipo iban a llevarle mañanitas. Las primeras veces fue sorpresa pero después él ya los esperaba. Contrataban a don Inés Granados con el pitito y el tambor y a una banda de música de viento. Llegaban como a las cuatro de la mañana, pero como ya los “esperaba”, para aquello de las diez ya aquello era todo un “concierto”, todos “cantaban.

El también cantaba. Era muy estimado porque fue muy generoso. Si alguien necesitaba, él lo socorría. Pero había quien abusaba de su benevolencia. Le gustaba mucho la cacería aunque menos que el placer de viajar. En varias ocasiones premió a varios de los jugadores llevándolos en alguna de sus muchas travesías. Algunos le acompañaron a Machu Pichu y otros lugares lejanos.

Una vez llegó un señor de Dolores Hidalgo y vio al “Jefe” y le dijo –hágame todo favor, tengo el estadio lleno, iban a venir un equipo de Zacatecas y me llaman que no van a poder venir, ¿no podría llevar a jugar a su equipo? Y su respuesta fue: ¡Chispas! esa era su frase, -es que mi gente también anda “mal” en este momento. Total, se presentaron y ganaron los dos partidos que jugaron. La gente quedó satisfecha con el rendimiento del equipo. Habia un conjunto muy bueno de rieleros ahí, en Rio Laja. En Tequisquiapan destacaba un pitcher muy bueno, Agustín. Cuando lo vio Dickinson le dijo: ¿no quiere jugar en mi equipo? Y se vino al San Miguel. Ambas partes ganaban.


Él jugaba la primea base. Como era de Chicago su equipo favorito era el “Medias Blancas”. En una ocasión se molestó mucho porque en Salvatierra había dos equipos muy buenos: “Reforma” y “Lerma”. Cierto que los equipos de ellos se reforzaban con otros jugadores para dar juego pero la única carrera del gane fue un error del cátcher que se desconcentró y entró la carrera. Se molestó mucho pero sólo les pidió que nos pusiéramos más abusados, comimos en la orilla del rio y para el segundo juego, iban empatados a una y al final el pitcher local hizo un toque en la séptima entrada y el “Rana”, pitcher sanmiguelense, no la vio, el jugador siguió corriendo a la segunda, no la encontró y se fue a tercera, no la encontraba y se fue hasta home y al final quedó en safe. Se perdió el juego.

Era costumbre que al terminar el juego se fueran a comer y los llevaba a las carnitas. En los juegos dobles, igual. Al regresar, al pasar por Comonfort pasaban a “La Cucaracha” y les invitaba cervezas hasta las diez, once de la noche. Varios todavía remataban en San Miguel ya por su cuenta. Esa vez no se detuvo en Comonfort y, hablando entre ellos, dijeron: -ahora nos toca a nosotros, y lo invitaron a la pulquería “la Paloma” que estaba en la esquina de Colegio e Insurgentes, frente al mercado, era del papá del “Gordo” Ledesma. Enfrente estaba la cantina de Retana. Ahí terminaron y fumaron la pipa de la paz.

Todo se acaba y un día dejó el beis, les dijo: -voy a dejar el equipo. Me siento cansado. Ustedes son buenos y si quieren seguir jugando pruébense en otras ligas. Siguiendo su consejo fueron a la liga de Querétaro y ganaron. Terminaron invictos. Era el año de 1974. En Querétaro hicieron una selección. Puro chamaco de 15 a 18 años y queriendo foguearlos, porque iban a ir a competir a unos juegos nacionales, los enfrentaron a ellos y se impuso la experiencia.

Para sacarse la espina, les pusieron a la selección de los grandes y entonces sí, terminaron uno a uno. Pero eran lo mejor de ese estado. Por eso los equiperos de entonces se quejan: -hoy hay más equipos, más competencia, pero no hay resultados, dicen. ¡Qué guerra dio aquel equipo! Pero esos son los resultados de la disciplina que impuso Dickinson. Cada temporada eran 84 juegos y en varias ocasiones terminaban con cero perdidos. Y no es que los equipos fueran de menor calidad, no. Cuando salían a jugar al bajío los “esperaban”. Reforzaban los equipos con dos o tres de éste o de aquél equipo. En Celaya juegan en el estadio. Antes existía la Liga del Centro que era sucursal de la Liga mexicana. Y a esos “muchachos” los sacaban de sus equipos para reforzarse. Antonio Villafranco, el “Grifo”, fue el único que se fue de profesional entró con los “Tuzos” de Guanajuato, que era sucursal del Águilas” de Veracruz. Como no le gustaba tomar, lo fueron cortando los demás; en su casa le pedían que se viniera y, finalmente, se regresó.

Se fueron los años mozos y con ellos la fuerza, la velocidad, los reflejos, pero no la voluntad. Del último equipo que tuvo Dickinson, el “Gualula” es el único que juega. Producto de aquellos guerreros que entrenara el Jefe. En ocasiones le llegan a decir a “Gualula”: -a que te poncho viejillo, él, sonríe y, en broma y en serio les responde: ¿de cartón o de a pomo? 


Por cierto, platicando con la Historiadora Eva Luz Villalón Turrubiates, salmantina de origen y otra sanmiguelense de corazón quien nos platicó una anécdota sobre Dickinson. Resulta que un grupo de personas salieron de un hotel que está en la salida a Celaya, le ganaron el paso por lo que siguió caminando a su ritmo. Por esa razón escuchó que dijeron, -mira calle Stirling Dickinson. ¿Cómo es posible que le pongan el nombre de un gringo a una calle? –te digo, agregó alguien de ellos, ¡estos gringos están apoderándose de San Miguel!

Tuvo la intención de adelantarse y explicarles quién fue Stirling Dickinson y esperar que con ello sacaran sus conclusiones. No fue necesario, pues antes de llegar a la esquina donde se haya una tienda de conveniencia se detiene una mujer de edad, tal vez 70 ó 75 que también los alcanzó a escuchar y, soltando las bolsas que llevaba los enfrentó diciéndoles con palabras altisonantes y con toda la energía de que es capaz una persona que se siente ofendida –Miren hijos de pa ya y p acá, no estén criticando sin saber. Si yo estoy hoy aquí es porque este señor le dio a mis papás dinero suficiente para curarme cuando chica yo estuve enferma, así que no abran la boca sin saber. Y para terminar su discurso, al tiempo que recogía su mandado, pasó entre ellos mascullando sentidas palabras del más profundo folclore mexicano.

 Los turistas le abrieron paso respetuosamente y un silencio prolongado fue el cierre de telón de esta oportuna defensa de un sentimiento que vive en muchos de los que tuvieron contacto con ese hombre amable. 


Dickinson merece más que un busto de bronce y una misa en su memoria, su entrega a nuestro pueblo fue total y desinteresada aunque, viéndolo bien tiene un monumento en el corazón de miles de sanmiguelenses bien nacidos por su ejemplo de amor a San Miguel, trabajo al servicio de los más necesitados. Alrededor de trescientas comunidades rurales recibieron pies de bibliotecas con el propósito de que los niños del campo leyeran.


 Juan Manuel Fajardo, bibliotecario, recuerda que compraba lotes de libros sobre medicina natural para que éstos les ayudaran en la ausencia de facultativos necesarios. Impulsó en la Biblioteca Pública el programa de becas que desde hace muchos años apoya a cientos de estudiantes de todos los niveles.

Fue co-fundador y director de la escuela Universitaria de Bellas Artes, Director de la escuela para niños discapacitados, Presidente del Instituto Allende, Tesorero de la Escuela de la Colonia Azteca, Gerente del Club de beis-bol de San Miguel de Allende, Vicepresidente de la Cruz Roja local, Hijo predilecto adoptivo de San Miguel, deja a la humanidad como legado su famosa orquídea descubierta por él, la Cypripedium dickinsonianum. El 27 de octubre de 1998, después de más de 61 productivos años de sanmiguelense, Stirling Dickinson dejó a todos los que lo conocimos con el grato sabor de haber conocido a un hombre de  buena voluntad. Descanse en Paz.

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