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Leyenda de la Llorona





Leyenda de La Llorona, Apaseo el Alto, Gunajuato, México.
De todo el acervo de narraciones que de pequeños escuchamos de boca de nuestros abuelos, no cabe duda que la más impactante de todas es la de La Llorona. En nuestro pueblo de Apaseo el Alto como en muchos otros del antiguo virreinato, sobran testigos que juran haber visto “Con sus propios ojos” aquella fantasmal mujer. La historia de esta leyenda es la siguiente. El origen de la leyenda y personaje es muy diverso y cronológicamente se le ubica en otras tantas épocas tanto del México prehispánico, colonial e independiente inclusive. Fray Bernardino de Sahagún escribió en su Historia General de las Cosas de la Nueva España, libro I, Capítulo IV que "... la mujer aparecía muchas veces como una señora vestida con unos atavíos como se usan en Palacio; decían también que de noche voceaba y gritaba en el aire..."


Los vestidos con que esta mujer hacía sus apariciones eran blancos, translúcidos y los cabellos todos revueltos le cubrían el rostro. En el mismo libro, Capítulo XI enumera las calamidades que acompañaban la conquista y destrucción de la Gran Tenochtitlan, cuyo sexto pronóstico decía: "...de noche se oirán voces, muchas voces como de una mujer angustiada y con lloro que dirá: ¡Oh, hijos míos, que ya ha llegado vuestra destrucción! y otras que dirán: ¡Oh hijos míos!, ¿Dónde os llevaré para que no os acabéis de perder? En el Códice Florentino de 1555 y la Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo, los informantes indígenas manifestaron que lo de la mujer llorosa ocurrió diez años antes de la llegada de los españoles y que la mujer ahogada en llanto gemía: ¡ Oh, mis hijos! del todo nos vamos a perder ¿ A dónde os podré llevar y esconder ? Para algunos otros cronistas de esta leyenda mexicana, “La Llorona” es el lamento de una cultura ultrajada o el arrepentimiento de Malintzin por la supuesta traición a su raza, pero que sus llantos y lamentos son de remordimiento, pero ella no traicionó a nadie... Antonio de Valle Arizpe cree que “La Llorona” nació a mediados del siglo XVI, como producto de los miles de rumores que iban y venían de la Capital de la Nueva España a sus provincias, y que después de andar por las calles y campos de los pueblos de México, desapareció en los primeros años del Siglo XVII. Lo cierto es que aquí en Apaseo el Alto cada uno contaba su propia historia; lo tradicional era que entre los eternos enamorados tuvieran su propia versión; los arrieros la suya y los comerciantes y dueños de ventas y mesones también la podían narrar después de sus vivencias. Aseguraban muchos que esa mujer había muerto lejos de su esposo, a quien amaba con toda su alma, pero que él se había casado de nuevo y la había echado en el olvido; otros decían que era el ánima de una mujer tan bella que no había podido casarse con un caballero por la gran diferencia de clases sociales.


Sea cual fuere el origen del personaje de la leyenda, ésta era temida por los trasnochadores del pueblo de Apaseo el Alto. A continuación describo lo que uno de tantos testigos cuenta de este personaje. Apaseo el Alto era un pueblo chiquito, pintoresco, de un colorido natural por los variados frutos de sus huertos y paisajes del entorno; no obstante lo pequeño, era muy importante en la zona, aquí enterraban a sus muertos los de los ranchos vecinos; aquí acudían los comerciantes a surtir sus abarrotes; los mitotes que en el pueblo se organizaban eran los mejores de muchas leguas a la redonda, el padrecito de la vicaría salía a dar sacramentos a muchos lugares distantes del poblado. El pueblo tenía dos calles principales: la Calle Real y la Calle del Diezmo; una plaza muy grande y un templo modesto pero hermoso. Cuando sonaban las ocho de la noche, las ánimas del Santo Purgatorio salían a penar las culpas que habían impedido llegar al cielo y entonces, ningún habitante de El Paso -como antiguamente le decían a nuestro pueblo- quería andar en las sinuosas callejuelas. Dicen que “La Llorona” salía de la Calle del Diezmo, hacía su aparición con un grito largo y lastimero ¡Ay mis hijossss...! y aunque la efigie no avanzara mucho, el grito parecía que se iba acercando poco a poco, retumbando en cada rincón de las casitas del villorrio. No faltó quien picado por la curiosidad quiso conocer a tan famoso personaje pero, de los atrevidos algunos quedaron locos y otros murieron del susto.


Pero no faltó quien santiguándose y rezando la Magnifica antes de asomarse a verla, pudiera narrar su testimonio. Era una mujer guapísima, envolvía su cuerpo con vestido blanco y su cara con un velo finísimo o con sus largos cabellos negros cual la noche; no caminaba, pues se movía con el suave soplo del viento que siempre era parte del cortejo, las casuarinas y los ahuehuetes de los solares silbaban lúgubre concierto a su paso ¡ Ayyy miss hijossss! lloraba mientras con lentitud parsimoniosa recorría la Calle del Diezmo, pasaba frente a la antigua Cárcel Real y al llegar al cementerio del Templo de San Andrés, el grito sollozante se agudizaba y hacía más lastimero ¡ Ayyy mis hijossss ! levantaba los brazos, se mesaba los cabellos y miraba al cielo como pidiendo clemencia y terminara su penar. Al llegar frente al Templo de San Andrés, aquella mujer se arrodillaba y se inclinaba como si quisiera besar el suelo, llorando de angustia; después poco a poco recobraba su posición erguida y en silencio se desplazaba despacio rumbo al arroyo, en dirección al Agua Tibia. En ese lugar muchos creían, sin poder explicarse como, desaparecía en la oscuridad de la noche o sumergiéndose en las aguas, en las que una vez totalmente inmersa, incrementaba el torrente del manantial con las abundantes lágrimas de sus ojos. Un grupo de vecinos de Apaseo el Alto, incrédulos de los acontecimientos y decididos a descubrir al personaje, decidieron seguirla una noche, llenos de valor y con un extraño presentimiento, esperaron los lúgubres cánticos del bronce de las campanas del Templo de San Andrés.


 Escondidos tras la verja del cementerio; otros amparados por la nocturnal penumbra de los vetustos laureles de la plaza principal, esperaron que La Llorona tomara su rutinario camino hacia el arroyo para después desaparecer de la vista de los mortales. Esa noche la luna se escondía de vez en cuando tras unas nubes que raudas cruzaban la celestial bóveda Apaseoaltense, como queriendo eludir algún testimonio de inevitables sucesos. Los perros aullaban diferente ese día; los noctámbulos vampiros y tecolotes habían preferido descansar aquella noche y dormitaban en sus guaridas. El tradicional Sereno, un anciano que desde muchos años atrás recorría con su aparato de aceite de ricino las rurales callejuelas del poblado se había quedado dormido en una de las lunetas de la plaza y sólo sus ronquidos aseguraban que tenía vida. La Llorona hizo su puntual aparición por la Calle del Diezmo y después de su rutinario trajín por la Cárcel Real y Cementerio de San Andrés, se encaminó rumbo a los milenarios ahuehuetes del rumbo de los manantiales de los Ates ¡Ayyy mis hijossss! ¡Ayyy mis hijosss! lloraba una y otra vez mientras volteaba coqueta como invitando a sus perseguidores.


Cuentan que era la mujer más bella que jamás hubieran conocido - y eso que que en Apaseo el Alto siempre han existido mujeres hermosas- tenía unos ojos enormes que engalanaban con unas pestañas peculiares; su boca, decían, parecía la boca de una diosa de la mitología Azteca. Al llegar a la esquina en donde desde 1538 había un molino que utilizaban los españoles para moler trigo, ayudados por las aguas de la Cañada y del que sólo quedaba un hidrante de agua azul, el agua potable del poblado, la mujer desapareció a la vista del valiente pelotón; unos dicen que eran diez, otros que doce y los más largos juran que iban quince. Sólo encontraron en la esquina tomando agua a un viejo asno igual de prieto que la noche; después de tanto esperar y haber estado a punto de alcanzarla, decidieron montar aquel animal y darle alcance a la diva de una vez por todas. ¡Ayyy mis hijossssssssssssssss!
Escuchaban sin saber de dónde provenía el grito; montó el primero y se acomodó cerca del cuello del animal, luego el segundo, el tercero, el cuarto y entre más se trepaban en el dorso del borrico, más lejos estaba la cola del pescuezo... Un arriero, integrante de aquel grupo, viejo conocedor de aquellos nobles animales creyó que aquel burro sería el diablo, pues no era posible que cupiera más de una docena de jinetes y aún faltaba espacio para llegarle al anca. Repentinamente, aquel animal comenzó a transformarse; el lomo del animal se convertía en el ondulante velo albo de la misteriosa mujer; aquel rostro divino que momentos antes habían visto se comenzó a transformar en la cara de un burro de irónica mirada y al llegar a las inmediaciones del manantial del “Agua Tibia”, comenzó a desvanecerse con su grito lastimero ¡Ayyy mis hijos!


Mientras tanto, en la parte alta del pueblo, un viejo barrio de casas de adobe y abundantes hornos alfareros, un gallo cantaba anunciando la alborada. Aquellos hombres juraron no decir ni una sola palabra de lo que habían visto aquella noche; al llegar a sus hogares sus familias creyeron que sólo había sido una noche más de juerga y que lo húmedo de sus pantalones había sido producto de una llovizna transitoria. Al siguiente día, algunos de los del grupo que había tenido la fantasmal experiencia, fueron al manantial del Agua Tibia y construyeron a su alrededor una barda circular y sobre ésta, una loza de cemento para impedir que La Llorona volviera a aparecer en el poblado y desde ese día jamás se le ha visto ni oído siquiera sus lamentos; quien sabe si destapando el manantial podamos volver a escuchar a aquella mujer que necesita seguir vagando para mitigar su pena y alcanzar algún día la paz eterna... Mi padre, Don Pancho Sauza aprovechó una de aquellas noches en que nos íbamos a cuidar los maizales a la parcela para contarme lo que el había escuchado con relación al origen de La Llorona aquí en Apaseo el Alto: Cuentan que vivió en Apaseo el Alto -inició con su relato- una mujer muy bonita, que se casó con un robusto caballero de la Hacienda del Mayorazgo y procrearon dos hijos. Era una familia feliz, pero por su belleza, ella tuvo un amante y cuando su marido se dio cuenta, buscó a aquel hombre, lo retó a un duelo y le dio muerte, huyendo después del acontecimiento con rumbo desconocido. En poco tiempo, aquella mujer tuvo otros amantes y empezó a trastornarse, estaba loca y llegó a creer que sus hijos le estorbaban y que era mejor que ella misma los matara. Después de varios días de meditar la idea, en una de esas noches lluviosas, con muchos truenos y relámpagos, los llevó al arroyo y desde el puente de palos que había en la Calle Real los echó al arroyo y se ahogaron de inmediato. Cometido apenas el crimen, lloró arrepentida y entonces sí se volvió loca; se puso el blanco vestido del día de su boda y salía a caminar por la Calle del Diezmo, por la Calle Real, frente al Templo de San Andrés, andaba sola, no hablaba con alguien y tampoco comía bocado alguno. Iba a los manantiales, especialmente al del Agua Tibia y se quedaba ahí sentada, con la vista fija en el espejo del agua, mientras sus lágrimas aumentaban el caudal del venero. Los días más tormentosos para ella eran aquellos en que las aguas pluviales eran abundantes y el ruido ensordecedor de los rayos no dejaba que nada se escuchara. Caminaba a la orilla del arroyo y sin dejar de gritar y llorar por sus hijos, se arrancaba puños de cabellos; quienes alguna vez la vieron o escucharon se asustaban y huían. Cuando aquella mujer murió, su alma no pudo descansar y se aparecía por las noches cerca del arroyo, dando gritos, llorando y quejándose por los hijos que ella misma había ahogado; mucha gente de Apaseo el Alto juran haberla visto... Cuando mi padre había terminado su relato, yo no había podido disimular el miedo que la oscuridad me causaba y recostándome poco a poco en su pecho me fui quedando dormido, pero saben? Creo que lo que me sucedió a mí cuando escuché por vez primera el relato, les sucederá a los niños de ahora cuando sus padres les terminen de leer esta leyenda...

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