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Altares de Dolores





Por: Luis Felipe Rodríguez

Una de las más bellas tradiciones heredadas de los españoles es el Altar a la Virgen de los Dolores, la semilla cayó en tierra fértil y es hoy de una de las tradiciones propias de la Cuaresma que subsisten como en muchas ciudades de México, que se instala el viernes anterior al Domingo de Ramos, con el que inicia la Semana Santa. El sincretismo propuesto por los conquistadores como estrategia funcionó perfectamente es algo que su cultura ya tenía pues la devoción a la Virgen María se ha manifestado en el mundo entero a través de numerosas advocaciones. En este caso, la Virgen de Dolores, tiene su origen en la ciudad de Florencia, en Italia durante el siglo XIII. Al mismo tiempo sabemos que en 1413 en la ciudad de Colonia, Alemania, decidieron dedicar el sexto viernes de cuaresma a la Virgen Dolorosa. Las crónicas franciscanas hablan de incipientes celebraciones al culto a la Virgen desde los primeros momentos de sus actividades misioneras.

El altar de Dolores incluye, ya sea en pintura o escultura, la figura de la Dolorosa al centro. En la mesa o en el piso se colocan toronjas incrustadas con banderitas de papel picado dorado o plateado que aluden a la amargura; Luis López Torres aclara que las vasijas con agua teñida de colores representan las lágrimas de la Virgen María, también se colocan semillas germinadas como amaranto, chía, cebada, o alpiste que simbolizan la vida, inmortalidad y esperanza de la resurrección pues al tercer día mudarán su color amarillo por el verde. El montaje del altar debe simular el Calvario por lo que se colocan cortinas de tela blanca y morada, que, respectivamente, simbolizan la pureza y el dolor de la Virgen María. En muchas casas encontramos también esferas gigantes de vidrio, flores alhelíes moradas y blancas, comales de barro, etc.

El Padre Socorro, explica que la festividad fue establecida en el calendario litúrgico para reflexionar sobre los sufrimientos de la madre de Jesús, la Virgen de los Dolores. En este día se conmemoran los siete dolores que vivió la Virgen María durante la pasión y muerte de su hijo Jesús. Los católicos viven este último viernes de Cuaresma con devoción religiosa y veneración profunda a la Virgen de Dolores.

Una zona en la ciudad en donde esta tradición se ha caracterizado por la belleza y creatividad de sus altares es el barrio del Chorro. En la calle de Piedras Chinas se encuentra una hermosa capillita dedicada a la Virgen de los Siete Dolores en donde, nos platica Samuel Rangel que le hacía un novenario por todos los trabajadores de los cientos de talleres que por ahí existían. La fiesta era un derroche pues la enorme producción de diversos artículos que se requerían en las minas y que salían por el Camino de la Plata. A pesar de lo estrecho de las sinuosas calles había carrera de caballos.
Don Luis Caballero Villafranca recuerda algunos altares antañones. Nos habla de la suntuosidad del de Don Felipe Ortiz de oficio carnicero y agrega que era viudo de una acaudalada e importante dama y lo describe así: “…arreglaba un altar decoroso en donde centraba la imagen escultórica de la Santísima Virgen de los Dolores, lujosamente adornado, además de otros representando “pasos” bíblicos de la vida pasión y muerte del Divino redentor: “La Ultima Cena”,  “La oración en el Huerto de los Olivos en Getsemaní”, “La Aprensión del Maestro”, “El Pretorio”, el encuentro en la ruta hacia el Calvario con su dolorosa Madre, María; una de las tres caídas, siendo azotado y vejado el nazareno. “El Calvario” crucificado el Divino Redentor en medio de dos ladrones y pronunciando sus últimas siete palabras. Estos “pasos” se exhibieron en distintos años.


Más tarde el don J. Cruz Téllez, siguió con la devota tradición, en su casa de la esquina de Cuadrante y Cuna de Allende, con lujo de detalles y variadas artísticas figuras escultóricas de escaso medio metro y maravillosa escenografía. Muchos continuos Viernes de Dolores admiramos aquellos hermosos altares del amigo “Che”. En este caso yo conocí esos “pasos” en su domicilio de la calle de San Francisco donde nos obsequiaba con nieve a los asistentes.

La familia Pérez Robledo: Rodolfo, Celia, Estela, Luis y Pancho, hicieron famosa la conmemoración, con su bellísimos altares, uno a la Santísima Virgen Dolorosa y el del Nazareno Divino con esculturas de tamaño natural y en diversas seculares formas y atractivo adorno, así como apropiada interpretación. Por incontables años se obsequió a los visitantes con aguas frescas, nieves, dulces vegetales en conserva, pastelillos, etc. en generosa abundancia, motivando una verdadera romería, por lo concurrido del desfile; siendo los visitantes de diversas clases sociales, quienes en forma general eran atendidos.

Los altares por la calle de Jesús, diez de Sollano, Terraplén, Recreo, Correo, Hospicio, Barranca, Reloj, etc. Incluyendo la de Aparicio y Mesones; el de D. Donato Almanza y después de Don Genaro y su familia; el de doña Eduviges Murillo mamá de don Héctor Origel, quien continuó la tradición; el de don José María Gutiérrez, después con Miguel y su Angelita.

Muchos de los niños de entonces esperábamos con ansiedad el que nuestros padres nos llevara a ver el de la familia Muñiz; extasiados veíamos el espectacular movimiento que tenían aquellas figuras que representaban cada uno de los terribles momentos de la pasión de Cristo. Otro inolvidable en la calle del Reloj era el de Don Santiago Bautista, amenizado con música clásica, a veces en vivo con músicos del Conservatorio en donde se incluía Miguel su hijo. Quizás uno de los más bellos sea el que hacía en su casa de Hernández Macías José Rodríguez, el “Santero”; era su especialidad y lo demostraba con creces esa noche: la bellísima imagen, cortinas de terciopelo, jarrones de porcelana, espejos, esferas, todo del mejor gusto.

No es posible recordar tantos altares y personas, muchos de ellos con una simplicidad y modestia que los acreditaba su voluntad buena y respetuosa devoción; y otros altares verdaderas joyas de arte, incluyendo los que agregaban música y toques rituales de las Misas de Pasión y Cantos Gregorianos, o el clásico y monótono sonar del aposentillo, con sólo flauta y tambor.

Todo el ambiente contribuye para no olvidar aquellas noches, cálidas por la estación correspondiente, aquel peregrinar ingenuo para recorrer las empedradas calles, el detenerse en ventanas y zaguanes para admirar majestuosos altares con derroche de obras de arte: pinturas, esculturas, mantos de terciopelo, puñal de oro o plata en el pecho de la Virgen; un deleite a la vista y una marca indeleble en la memoria. En otras casas más humildes sólo pequeños cuadros de nuestra Madre Santísima pero dentro de la sencillez se apreciaba el cariño y devoción de las manos que lo formaron. El olor de frescas flores recién cortadas, el incienso que aromaba los altares y subía hasta el cielo aquellas silenciosas oraciones que musitaba mi madre en cada lugar. El agua que se ofrecía en muchos domicilios atenuaba el bochorno de la noche, en varios lugares conserva o nieve. Rezos. Sonrisas. Recuerdos.

Quizás la diferencia más notable en esta tradición local sea, además de la devoción y fervor de quien pone esos altares y la multitud que se apersona para ir a admirarlos, que hace ya casi medio siglo don Julio Muñiz se le ocurrió la feliz idea de adornar las fuentes públicas como un altar en homenaje a María en la advocación de Dolorosa, la idea la apoyó en la XESQ don Manuel Zavala y hubo entonces una efervescencia por esa idea. Los arcos de cantera de muchas de ellas fueron un marco bellísimo para la Corredentora. Otrora surtidoras de agua fuente de vida y ahora fuente de fe de un pueblo que siempre ha tenido como plataforma para el sustento de su vida espiritual. Quizás el Lic. Rubén Villasana sea el, o uno de los que componen las fuentes públicas, más constante pues se inició hace más de cuarenta años y sigue arreglando el altar a la Virgen en la fuente de los Deseos que está en la calle de Hernández Macías y Calle de Codo. No en balde De la Maza dice que dentro de la ciudad civil hay una pequeña ciudad religiosa  por el agrupamiento de fachadas y torres, nichos y portones del Oratorio de San Felipe Neri, la Casa de Loreto, Nuestra Sra., de la Salud y el Colegio de San Francisco de Sales, todos levantados en el munificente siglo XVIII por la fe de la villa sanmiguelense.

Cierto que se ha perdido el esplendor de años pasados pero lo que aún se conserva vale y sobra para disfrutar de aquella magnificencia. Todavía los pequeños podrán ver  en la calle de la familia Muñiz y aquel conjunto de “pasos” móviles de la pasión de Cristo que tanto nos impresionó a los niños de hace muchos años pues Elvia Delgado Muñiz amorosamente continúa con la tradición de su abuelo don Miguel. Se hace y seguirá haciéndose lo posible por revivir aquellos festejos conmemorativos y conservar las bellas tradiciones sanmiguelenses.

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