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Historia de un busto de mármol, contada por él mismo

Busto de Mármol del Padre Hidalgo, Comonfort, 1910


Por David Manuel Carracedo, Cronista Municipal de Comonfort

Aunque oficialmente no he cumplido un siglo nací hace mas de cien años en el enorme taller de un maestro escultor; sus manos diestras golpearon durante muchas horas un áspero, pero hermoso bloque de mármol blanco con vetas grisáceas, propio de las canteras italianas donde permanecí durante milenios hasta que vi la luz en la ciudad de México. Claro, pude haber sido una moldura, una dovela, o un capitel corintio y haber terminado en cualquier lugar del mundo, pero me tocó la distinción de honrar la memoria del padre Hidalgo. En el taller donde nací había una enorme dotación de figuras en todos los tamaños imaginables: ángeles para sepulcros, torsos, diosas griegas y algunos equinos. Por boca de las otras esculturas, dado que nunca me he mirado en un espejo, supe que mi aspecto sería el de un anciano benévolo que fue pieza clave para la historia de esta nación y que doscientos años después inspira respeto y admiración para la mayoría de habitantes de nuestro país. Digo nuestro país porque a final de cuentas yo nací aquí, aunque con materia traída de muy lejos. Cuando me declararon oficialmente concluido fui colocado en una caja de madera muy sólida y empacado en un mar de virutas de pino para amortiguar cualquier caída. Así, a lomo de mula llegué a Comonfort o Chamacuero, como todavía le llamaban muchos de sus habitantes. Llegué en Julio de 1910, sin saber aún, el lugar de privilegio que me estaba deparado.
Es propio de todos los seres humanos el deseo de dejar constancia de alguna fecha significativa, el primer Centenario del inicio de nuestra Independencia dejó numerosos edificios, monumentos y objetos que sobreviven hasta hoy en día. Los chamacuerenses de aquel entonces decidieron construir un monumento, quizá por el orgullo de sentir que una fecha tan importante no pasó desapercibida incluso para un pueblo tan pequeño. En la plaza cívica se colocó un basamento rectangular que soportaba una columna central de dos cuerpos, en cada esquina del basamento había un jarrón muy ornamentado y en el punto culminante un busto de mármol de don Miguel Hidalgo, es decir yo. En el primer cuerpo de la columna una placa de mármol con letras primorosamente grabadas daba fe de los responsables del monumento y el motivo del mismo, además de un par de banderas entrecruzadas, una rama de encina y otra de laurel; textualmente decía:
LOS EMPLEADOS SUPERIORES
Y OPERARIOS DE SORIA
PERPETUAN EN ESTE
MONUMENTO EL
PRIMER CENTENARIO
DE LA
INDEPENDENCIA
DE
MÉXICO


En la esquina inferior izquierda: 1810; en la derecha: 1910.
Cuando fui colocado en la cima de la columna sentí que el destino no pudo depararme un mejor lugar, a partir de entonces yo sería la pieza clave para la veneración de los comonforenses hacia sus héroes y también de un motivo de orgullo por la forma en que perpetuaríamos el Centenario de la Independencia.
El propio dieciséis de septiembre de 1910 tuvo lugar la develación. La solemnidad que se palpaba en el ambiente, el sentimiento de júbilo y la veneración que embargaban a los chamacuerenses aún permanece en mi memoria.

Desde el 16 de septiembre de 1910 hasta mediados de los años setenta presidí la plaza cívica de Comonfort, sesenta y tantos años, suficientes para integrarme a la memoria colectiva de este pueblo. Suficientes para ver nacer y morir a cientos de sus habitantes, para conocer de sus alegrías y sus inevitables tragedias. Salvo porque algún despistado decidió ponerle “colorcito” a mi mármol todo lo consideraba perfecto, la eternidad parecía esperarnos en este lugar de honor. Pero el progreso y el deseo de cambio traen modificaciones que acaban por ser radicales: ni la plaza, ni el mercado adjunto parecían ya apropiados para el Chamacuero de ese entonces. Así que el monumento en su totalidad fue desmontado y a la larga desapareció casi por completo. Aunque temí terminar en el camión del escombro o archivado para siempre entre los trebejos municipales no sucedió así. Tanto un servidor como la placa, quizá, dicho sin falsa modestia, por nuestra excelente manufactura, fuimos preservados de la destrucción, aunque pasó un buen tiempo para que fuésemos reubicados. Otro factor nos puso al margen del papel protagónico que ejercimos durante tanto tiempo: de alguna forma los chamacuerenses comprendieron la importancia que, para la historia de nuestro país, tuvo su coterráneo más ilustre: el doctor José María Luis Mora. Ello decidió que la plaza que presidí durante más de sesenta años fuera dedicada a su memoria, llamándola con su nombre y colocándole una hermosa estatua de bronce de cuerpo entero. Curiosamente, en el año sesenta y nueve se colocó un monumento de cantera en el jardín principal, en el lugar que ocupaba una de las fuentes; este monumento —un basamento rectangular muy alto— estaba coronado por un busto de bronce de José María Luis Mora y fue erigido con motivo de los ciento setenta y cinco años de su natalicio. Hacia el año setenta y seis, luego de un periodo de deslucido resguardo en la oscuridad, la placa conmemorativa y yo fuimos colocados en ese pedestal del jardín y el busto de bronce se llevó a la casa, ahora museo, del doctor Mora. Es decir que si a mí (que encarno a Hidalgo) me quitaron de la plaza para poner a Mora, a manera de una pequeña restitución me llevaron al jardín y ahora yo tomé el lugar de don José María Luis. Aunque el jardín principal no tiene la solemnidad de la plaza cívica es un lugar muy concurrido y agradable. Una vez que me hubieron quitado el colorcito que, en honor a la verdad, me hacía parecer como una inoperante mojiganga de piedra, nos aclimatamos rápidamente al lugar, a la vista de árboles tan añejos como nosotros mismos. Pero, mucho tiempo después, hacia el año dos mil, se proyectó remodelar el jardín principal. Además de cambiar los acabados, que databan de los años cincuenta, la modificación más radical fue desaparecer el basamento que nos legó el doctor Mora para substituirlo por una fuente. A un servidor y mi inseparable placa nos dedicaron otro período de enclaustramiento. En cada uno de tales encierros creíamos no volver a la luz pública. Tres años después volvimos al jardín principal, a la calle peatonal del costado poniente.
Monumento a Hidalgo, Plaza cívica, Comonfort, Septiembre de 1910


Para nuestro desconsuelo el basamento que nos recibió tenía un diseño muy pobre, además de estar mal ubicado, tan mal ubicado que para mirarme cualquier interesado tenía que contorsionarse, pues quedé prácticamente frente a la copa de los árboles y su ingente población de pájaros. De cualquier manera, preferí estar a la luz pública y a la veneración (aquí no tan profunda) de mis conciudadanos. Sin embargo, en este lugar supe, de boca del cronista de Dolores Hidalgo (llamado Alberto Gloria y que en gloria esté) que mi aspecto es muy parecido a don Miguel Hidalgo, es decir que soy uno de los retratos más fieles que se tienen del padre de la Patria. Como el monumento era de muy poca aceptación —al grado de que algún chistoso lo llamaba “Monumento al mal gusto”— bastó la remodelación de la calle peatonal para desaparecer nuestro tercer pedestal; dicha remodelación se dio antes de tres años, así que otra vez, la placa y un servidor, pasamos al encierro mientras se debatía buscando un buen lugar para reubicarnos. Con motivo del Bicentenario del Inicio de nuestra Independencia y el centenario de mi nacimiento se hicieron muchos proyectos. Claro, ya sé que no se festeja el nacimiento de un busto de mármol, pero no deja de ser significativo el hecho de que los sobrevivientes del monumento que festejaba el primer Centenario estén por cumplir, a su vez, otros cien años. Se habló de ubicarme en el camino a Neutla, en el Andador 5 de Febrero, en la salida A San Miguel, incluso, para nuestro regocijo, alguien, partiendo de fotografías, dibujó el plano del monumento con las dimensiones originales, para reconstruirlo tal cual y, no sólo eso, para ubicarnos nuevamente en la plaza Dr. Mora; en una esquina discreta, sin afectar la armonía de la plaza misma. Lamentablemente algunos pocos ciudadanos no comprendieron la trascendencia que conlleva restituir el basamento original, casi en su ubicación primigenia, en la irrepetible coyuntura del Bicentenario. No nos fue posible volver a la plaza, ni rehacer el basamento con el proyecto original. Ahora, ya cumplidos los 106 años, la placa conmemorativa y el busto de mármol de don Miguel Hidalgo (o sea yo, el fidelísimo retrato del Padre de la Patria) estamos en la nueva Presidencia Municipal, sobre un pedestal de cantera que rememora y sugiere aquel que tuvimos a principios del siglo XX; estamos en un jardín hermoso, cerca del astabandera, con el aire del campo corriendo por nuestra piel de mármol ya pulida por un siglo de existencia. Desde este digno y confortable lugar miramos las lejanas serranías de Chamacuero y acompañamos la diaria labor de los empleados municipales y sus visitantes. Esperamos afianzarnos nuevamente en la conciencia colectiva de nuestros coterráneos, máxime si desde este nuevo pedestal podemos creernos a salvo de nuevas mudanzas, para aguardar, si no la eternidad, al menos la llegada del Tricentenario.

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