El poeta Agustin Ayala García
Por David Manuel Carracedo, Cronista Municipal de Comonfort, Gto.
Uno de los personajes más singulares que poblaron Comonfort fue el Sacerdote y poeta Agustín Ayala García, habiendo permanecido setenta años en este pueblo era tan chamacuerense como cualquiera de nosotros. Acudí a entrevistarlo en julio de 2009, considero que lo que narra de su propia voz es muy concreto e ilustrativo sobre su actividad literaria. Por ese motivo transcribo la entrevista tal cual, suprimiendo en lo posible mis intervenciones, las cuales están encerradas entre corchetes, lo mismo que mis aclaraciones, debo indicar que la entrevista se inicia cuando le pregunto:
¿Cómo está, padre? Y él, fiel a su costumbre contestó:
Estoy a toda madre. Estoy muy bien, me cuido mucho, sigo activo, bueno, estoy jubilado por la Universidad de Guanajuato, yo les digo: “ Yo trabajo para la iglesia pero me mantiene el gobierno”.
Y qué bueno, porque yo estoy muy bien del azúcar, de todo, pero se gastan casi doce mil pesos al mes de medicamentos y todo me lo da el gobierno, la iglesia no da nada, nada. Pero yo sigo trabajando normal, precisamente ahorita voy a ir a Celaya para traer el misal del mes entrante, a traer vino para el templo; yo me encargo de todo.
Nada más que se nos estaba cayendo el templo, ya le hicimos todo, pero tiene una rajadota, el coro se estaba cayendo, ya lo apuntalaron; se está cayendo la torre, pero ahorita no han venido. Luego vinieron de CONACULTA y me dijeron que lo pintara y dorara el altar. Me dijeron “Con dos millones, padre, pero con uno que tenga ya podemos comenzar”.
Pues no. Yo a veces les digo en la misa, de relajo, si a alguien le sobran dos millones, que nos de para arreglar el templo.
[Leí su poemario, La Paloma Vacía]
Ah, es una tragedia eso.
Me lo cambiaron todo, una parte con que termina, está a la mitad. Mira, estaban numerados del uno al diez, tenía uno que fungía como prólogo y luego del uno al diez, y no se quien lo puso en galeras que me lo cambió todo.
Los versos son heptasílabos, yo quiero aclimatar el verso heptasílabo, porque el español tiene octosílabo pero es heptasílabo y hasta los versos me los pusieron mal. Yo les dije: No, yo no presento eso, por eso me tardé en presentarlo, tuvieron que componer; pero de todos modos quedo alterado…
Ese poemario tiene un tiempo, de una etapa en que yo estaba en una crisis espantosa y tomé a Jonás para desahogarme, ahí destruyo todo, todo, me voy destruyendo todo, hasta el dogma, digo el dogma envejecido o algo así, por ahí anda un verso
..Un dogma apolillado
que el terror abortaras.
estaba construyendo
de mi nada los dioses.
Tomé a Jonás porque Jonás era un profeta y ahora sabemos que es un personaje literario, le dice Dios: “Ve a Nínive” y Jonás dice: “No, yo no voy. Voy y les predico y luego se burlan de mí, pues se convierten y les pasa algo. “,Ve —dice Dios— Ve” “No, no voy “ y se va a embarcar, luego el barco se anda hundiendo. Y tratan de averiguar por qué, a ver quién es el causante y les sale Jonás, luego lo avientan al agua y se lo traga una ballena, un cetáceo.
Era rebelde ya, por eso lo tomé, estaba por un momento muy difícil, por eso deshago todo:
En su seno mostrenco
habito como efímero
iluso de la mente
Pero fíjate que ahí hay una parte donde dice “sin mujer y sin rito” pues qué, a qué viene eso, lo cambiaron. Dice: “Sin mujer y sin rito” pero es “Sin mujer y sin hijo /sin sol y sombra amada”. Es decir estoy en una soledad absoluta. Como el otro que dice:
desnudo como el agua
como la luz desnudo
Es decir que mi vida es transparente, eso quiere decir, no que esté encuerado, sino que cualquiera ve, así como se ve el agua, así es mi vida, no tengo nada que ocultar
Me miro en las vidriosas
miradas de la muerte
sedicioso disgusto
me salta en las palabras
Conspiran en mi pecho
los ruidos de la noche
y de mis sucias llagas
brota una luz terrosa
que destruye los mitos
Tengo cinco premios nacionales de poesía, gané en Aguascalientes, Hermosillo, Mazatlán, en un pueblo de Jalisco con un Jardín Grandísimo, no recuerdo como se llama.
Escribo desde niño, yo creo que uno nace, ya nace uno con una tendencia. Yo me acuerdo que en la casa recibíamos una revista, que eran como dos hojas y tenía una selección literaria y a mí me gustaba leerla, eran versos que leía y como yo no sabía de métrica ni nada, estaba re chiquillo, los media con un popote y luego hacía mis versos del tamaño del popote.
Después ya me dediqué a estudiar literatura y hasta tengo un libro gruesote que se llama “Una Teoría Literaria según las Cuatro Causas Aristotélicas”, es también filosofía. Y tengo uno sobre el método científico, se llama “El Método Científico” y, cuando estudiaba yo en Guadalajara para sacar mi licenciatura, se los llevé y que me hablan, me dijeron :”Te van a dar tu título por el libro”. Lo aceptaron como una tesis.
Siempre he estado ligado a la filosofía, nosotros allá en Estados Unidos estudiamos cuatro años de filosofía, y cuatro años de humanidades. Yo estudié los cuatro aquí en México y ya los demás en estados Unidos: cuatro de filosofía y cuatro de teología. Son doce en total. En México nada más tres años. Estábamos por ahí en la selva. El primer año fue en San Francisco, un pueblillo que estaba cerca de El Oro, Estado de México. Son lugares preciosos llenos de pinabetes y de pinos. Después otro año estudiamos en Santa María y otro año, el último, en Tlalpujahua; Andábamos huyendo, todavía por la persecución religiosa, por eso arreglaron los Obispos que se nos recibiera en un lugar al norte de Nuevo México, lindando con Colorado. Ahí estudié ocho años, del 40 al 48.
Cuando llegué yo aquí tenía dos años de ordenado y en esos dos años me habían preparado para que diera clase en el seminario pero a mí no me gustaba. En el seminario de Morelia, no se si ahora todavía, eran muy estrictos. Por ejemplo, en la mañana lo primero que veías era el padre que se andaba paseando mientras tú te levantabas; te vigilaba. En la noche lo último que veías era el padre que andaba vigilando. Luego de cenar se formaba uno si quería ir al baño y ya le daban su momento para ir de de uno por uno al baño. No podía uno ir a sus cuartos, tenía que pedir permiso. Eran muy estrictos. Yo llego de Estados Unidos que teníamos mucha libertad. Allí era a conciencia de cada uno. Y sin embargo, el jueves podíamos salir desde las cinco de la mañana, si queríamos, a pasear. Íbamos mucho al Hermits Peak, se dice que había un ermitaño en aquellos tiempos. Íbamos mucho a Las Vegas, nos llamaba mucho la atención ver los negros. Yo todavía llegué en la época en que los negros estaban segregados absolutamente. Fuimos a verlos y estaba la sala de espera de los blancos y la sala de espera de los negros; un negro no podía pasar para acá. En los templos había las bancas traseras para los negros y en los camiones en la parte de atrás estaban los asientos para los negros. Contaban de una negra a la que le dijo un gringo: “Déjeme la silla”. “No, no,” Y no se la dejó, pues fue a la policía y se la llevaron a la cárcel. A mí me tocó ver eso; me pasé la Segunda Guerra Mundial allá, estudiando. Y estábamos rete felices porque del ejército nos regalaron unas chamarrotas gruesotas y unos pantalones; andábamos como gendarmes pero bien abrigados. Y nos admiraba que había un lugar, un campo y en tres o cuatro días levantaron una ciudad con casas de campaña, estaba todo un ejército ahí, ahí los preparaban. Nos parecía muy curioso cómo son los gringos: había un departamento y ese era el templo. Pero era para todos los ritos: entraban los protestantes de una secta, los de otra, entraban los católicos y así; el mismo templo pero para distintos cultos. y de recién ordenado yo, me mandaron a Santa Fe, que es la capital de nuevo México; Allí iba y yo celebraba en catedral y hacía mis primeras predicaciones. Estuve yendo porque me ordenaron y duré como tres meses nada más. Pidieron que me viniera, porque mi pueblo, donde yo nací que es La Piedad, iba a cumplir 400 años y me llevaron a que yo cantara la misa de la festividad. Uf, fue un relajo bárbaro. Allá somos muy devotos del Señor de La Piedad. Se llama de La Piedad porque era un tronco, un pedazo de una rama de árbol que figuraba como un Cristo y cuentan que llegaron unos fulanos y dijeron que eran escultores y dejaron el cristo ese. Luego se querían llevar el cristo para varias partes y no se dejaba, que pesaba mucho, pero para La Piedad sí luego, luego se movió. Allá lo queremos mucho. Yo tengo la dicha de que pusieron una placa en la base y yo estoy ahí; bueno, yo y todos los otros padres que se han ordenado también les ponen su nombre; yo estoy a los pies del señor de La Piedad. Tiene un templo maravilloso, hermoso; nada más que el padre que lo hizo destruyó el templo original y nunca le agradecieron nada, a mí se me gusta cómo está; Es hermosísimo: una cúpula que tiene las mismas dimensiones que la de Roma de San Pedro; tremenda, pero como ya después advirtieron, que ya no dejaron que tumbara más, entonces se ve la torrecita de este tamaño y la cupulota inmensa. A mí sí me gusta.
Yo tengo publicados como ocho libros; uno lo publicó el gobierno y la Universidad es un libro grueso. Tengo libros por todos lados porque pusieron piso en mi cuarto, acá tengo más libros, aunque la biblioteca está en la planta alta. Toda la casa está llena de libros, he leído prácticamente todos excepto las enciclopedias, esas no las he leído pero sí todo lo demás.
Ahora sacan libros muy raros; hace unos días fuimos a comer a Irapuato a un lugar que también hay aquí en Celaya, donde también venden libros; compré un libro que se llama: “El evangelio del diablo”. Todos esos libros así, y hay muchos, tratan de echarle a la Iglesia, de criticarla sin fundamento ni nada; por ejemplo ese tiene ciertos personajes ficticios y tiene otros históricos y a todos los pone del asco, empieza por un monje que se vuelve como loco y hace una matanza y eso lo ve un chiquillo y se impresiona, crece un poquito y hace también una matanza. Hay muchos libros así como ese famoso libro de la Magdalena, es una porquería. Al señor obispo le regale yo el texto del libro ese, se lo regalé en inglés, me dijo: “Pero yo no sé inglés”; se lo conseguí en español, pero habla unas cosas horribles de veras. Después en Life leí un artículo donde ponen lo que es lo que la verdad: Está Cristo en Betania y le va lavar los pies una fulana, pero ahí no dice que sea prostituta y después una vez se los lava la hermana de Lázaro que tampoco era prostituta. Luego en Lucas hay un momento en que dice el evangelista que Cristo está en Nahí, donde ve a una madre que va llorando su hijo y se lo resucita; después habla de unas mujeres que acompañaban a Cristo entre ellas la Magdalena, son como unas ocho que los acompañaban y como eran de dinero pues le ayudaban con sus limosnas. Luego después habla de que un fulano le ruega a Cristo que vaya a su casa a comer, un fariseo; Cristo como que no quiere pero al fin cede y va y allí llega una mujer y el fulano que lo invitó dice: “Si éste supiera qué clase de mujer lo está tocando…”, pero no dice que fuera María Magdalena, no lo dice. Era una fulana que era prostituta pero no dice que fuera Magdalena. Ya te digo en Life la defienden y dicen la clase de mujer que era, era una mujer quizá… no sabemos, quizá rica… quizá viuda… eso sí de un carácter muy fuerte porque siempre anda de lideresa.
Los otros trabajos de poesía tienen este corte duro, angustioso. El primero que me publicaron, yo les mandaba versos a mis amigos y ellos lo reunieron y me hicieron un libro se llama Fulgor Errante; es el primero. Un día que me van llegando con un montón de libros.
El segundo se llama Nevado Fuego, sobre la Navidad. Es contradictorio nevado-fuego, pero es bonito. Después tengo otro, el mejor de todos, no tiene ni una falta porque me lo recogió un maestro de la Universidad, él me corrigió galeras y no tiene ni una falta se llama Bajel de llantos, el que lo corrigió es maestro de la Universidad, fue maestro allá en Acapulco, era el director en una preparatoria, ahora ya se retiró pidió permiso y sigue en Acapulco.
Tengo uno de puros sonetos a Cristo, el remolino de Dios, donde tiene como epígrafe: “Y en cuanto más pequé se me fue más adentro la raíz de la fe” el epígrafe es de mí mismo. Me gusta ponerles epígrafes. Tengo los poemas que me publicaron en Estados Unidos cuando era todavía seminarista y también le puse un epígrafe que dice: “Aprendiz de lejanías, el poeta y nada más”.
Y tengo otro: En el remolino de Dios hay unos poemas que me gustan mucho que se llaman “Del reverso de Dios” porque Dios me estaba acabando y se reía.
Es poco lo que se me ha publicado, lo publicado son tres papelitos. Todo esto [me muestra unas 1000 hojas] está inédito. Por ejemplo “Agua de pie”, todo esto, Este se lo hice a Alfonso Díaz Garza es un soneto en el árbol, me tardo varios días para ordenar todo. Tengo una cosa que se llama “Los Dioses Vacíos”, creo que es de lo mejor que tengo porque está muy bien estructurado, estoy muy influenciado por la poesía española del Siglo de Oro, hice yo un poema que… a ver si no me corren de la Iglesia; porque empecé a hacer algo sobre Caín, un diálogo entre Caín y Abel y resulta que, yo no sé cómo, de pronto tenía todo un poema muy grande en cuatro partes. Primero las tentaciones¨, hay un coro de ángeles, le dicen a Caín que no piense tanto, que se someta. Los ángeles le dicen: “Nosotros somos pisoteados pero no nos preguntamos nada; tú no te preguntes, tú sométete y ya”. Entonces le habla también el demonio; es un personaje que se tiene que oír sólo la voz, es como para teatro. Luego viene los presentimientos, un diálogo entre Eva y Adán. Le dice Adán: “Engendré este desastre” y Eva dice unas cosotas: “Más hombre te quería” le dice a Adán y también “Lobos engendran lobos” le dice, “por eso los hijos que tenemos se odian, son lobos”. Y luego viene otra parte donde todo le va diciendo a los dos muchachos que nada vale en la vida. Fíjate que tomo primero la religión, son como las rocas del sacrificio, pero que no le satisface. Luego viene la filosofía y el arte y la técnica. Todos hablan, son personajes ficticios que van hablando y al fin habla la muerte; eso es lo único que les queda después de todo. Dice “nada le satisface, yo solamente quedó al último”. Entonces el último es la noche final, va con Caín y van hablando y van diciendo cada cosa… pero la cuestión es que el que odia es Abel, quiere matar a su hermano. Caín es el bueno, Abel es el malo pero aquél se le adelanta y le da un fregadazo. Al último dice Abel: “Madre tapa mi herida, me estoy quedando ciego” y entonces Caín se va, nada más vuelve y dice: Mi crimen fue una trampa. Al último Eva dice: “Y yo, mujer de llantos, somos dioses vacíos, que no nos satisface nada, nada…”
Hasta aquí la entrevista, considero conveniente transcribir el epílogo que me vi impulsado a redactar a raíz de su fallecimiento ocurrido en los últimos días de 2010. Para mí fue todavía más lamentable este deceso dado que tuve a mi cargo la edición de su libro “Digo México”, y por el cual me preguntó un par de veces durante el proceso, por un retraso técnico de la imprenta el libro nos fue entregado quince días después de que Agustín Ayala falleciera.
Cerca de las cinco de la tarde del miércoles 29 de diciembre, las campanas del templo de San Francisco emitieron un tañido tristísimo, presagiando un deceso lamentable. Así fue: Agustín Ayala García, mejor y ampliamente conocido como el Padre Agustín dejó de existir. El nonagenario sacerdote, profesor y poeta terminó su fecunda labor en esta realidad, sin dunda alguna para transitar por otra más acorde a su vastísima cultura y a su profunda sensibilidad humana. Qué ironía no tener palabras más armoniosas que las suyas para decirle:
Los ángeles vestidos de rubíes
añafiles tocando de luz pura,
golpeando atabales de luceros,
vinieron a tu muerte
Tú, -encallado en la nieve
con los ojos abiertos a otro mundo,
con el ruiseñor de tu lengua dormido en una rama de frío,
con tu corazón entretenido
en tanta soledad-
no los pudiste ver.
El Padre Agustín ejerció su ministerio sacerdotal en nuestro pueblo desde 1948, lo cual significa que tenía sesenta y dos años en SU barrio de San Agustín. No se me ocurre nadie más conocido a lo largo de los años en nuestro pueblo. Tampoco se me ocurre nadie con una personalidad tan fuerte como la suya; bajo ninguna circunstancia podía pasar desapercibido, hasta su fisonomía y su voz eran singulares, mucho más lo era su modo de expresarse y los elaborados pensamientos que manejaba con aparente facilidad. Para varias generaciones fue un referente como sacerdote carismático y para muchas personas como un entrañable amigo. Siendo un hombre longevo conoció a muchos comonforenses y los vio morir también. “Yo he visto morir a mucha gente”, me dijo en una ocasión, “Es horrible, el enfermo está hablando con esfuerzo, luego desfallece y muere…”
Pero ellos vinieron.
Casi no lo creía.
Estaba dolorido mirándote
cual detenido río,
como león parado en la carrera,
como flor deshojada
sobre la helada piedra del silencio.
Fue un gran maestro y como tal lo conocieron muchísimas generaciones de estudiantes de toda la región. A la luz de los años puedo asegurar que pocos profesores pueden acercarse al dominio que tenía de sus materias y a la vastísima cultura que, como destellos involuntarios, iluminaban sus cátedras. Lo digo con pleno conocimiento, fui su alumno en preparatoria y recuerdo la manera sorprendente en que nos conducía por un laberinto de premisas o silogismos, entre los que, sin abandonar el tema, también nos hablaba de historia, literatura, arqueología, medicina, física o lo que fuera menester.
Y parecía que jugaba, como si todos los conocimientos que impartía siguieran por sí solos un orden preciso y él fuera solo el conductor de las ideas que debían enraizar en nuestra mente. Quizá el acento lúdico de su clase lo daba la desproporción entre el pequeño conocimiento que debía compartirnos y el tremendo acervo, en constante crecimiento, que le habitaba. El día que pude conocer su biblioteca, sobre el asombro con que yo contemplaba los miles de volúmenes ahí reunidos, varios de ellos en latín o griego, dijo, sin un asomo de presunción: “Y los he leído todos”.
Rodearon, callados, tu ataúd.
Una herida imperceptible se les abría en el pecho.
Contemplaron tu rostro largamente.
El rostro que la brisa te pulía
y al que hoy la muerte puso una lívida sombra.
Tú no podías verlos,
estabas demasiado entretenido
pero ellos vinieron a tu muerte.
Y por si fuera poco era poeta y un poeta enorme, no es necesario argumentar que ganó siete premios a nivel nacional, basta con leerlo para comprender que su trabajo literario tiene una calidad indiscutible, pero además nos brinda la oportunidad de asomarnos (un poco y no es tarea fácil) a sus sentimientos, a sus afectos, sus fobias y a las tremendas pasiones que, como todo ser humano, gozaba y sufría.
Yo le gritaba a Dios, pero no quiso.
Dejó que me quemara. Y me deshizo.
Quizá fue por su amor. Y era preciso.
Sólo sé que así fue. Y en mí se hizo.
Yo no quería. No. Yo no quería.
Contra el fuego luché de noche y día.
Me abrazaban las llamas en orgía.
Y Dios que me miraba se reía.
Ahora así pasó. Así fue el modo.
Ni siquiera al nivel llego del lodo.
Nadie me espera ya en ningún recodo.
Dios me volvió la espalda y eso es todo.
De la nada no soy ya ni ceniza.
E insiste Dios con su burlona risa.
Como su obra está distribuida en varios volúmenes podríamos seguir hablando y elogiando su trabajo durante mucho tiempo, pero hoy regreso a su voz para decirle:
Cerraste tras de ti la última puerta.
Puerta que da al silencio y a la sombra.
Y es mi afilada voz, cuando te nombra,
Llama que en tanta muerte está despierta.
¿Vas por qué cauce como agua incierta?
¿Qué viste o qué no viste que te asombra?
¿Pisaste de qué olvido helada sombra?
¿A qué pavor abriste la compuerta?
Yo miré únicamente que los ojos
Cerraste, que tu cuerpo quedo inerte
Y que te hiciste un campo de despojos.
Y ahora dolorido te pregunto,
¿Qué hallaste al otro lado de tu muerte?
¿Sueño, ceniza, nada o todo junto?
Junto a la tremenda pérdida que significa para nuestro municipio la muerte de uno de sus más singulares y valiosos habitantes, me atormenta el sentimiento de que su excelente poesía no sólo es muy poco conocida por los comonforenses sino la certidumbre lamentable de que su obra irá, sin él, cayendo poco a poco en un inmerecido silencio. Y no sé, no se me ocurre qué hacer, qué decir, con quién hablar para que esto no suceda, para que no sean un vaticinio estas palabras, también suyas:
…Sobre duros claveles
de niebla, trashumando,
se acabará mi sangre.
Y una mancha de olvido
quedará donde estuve.
Hoy, Siete años después sigo lamentando que el enorme acervo de trabajos inéditos parezca destinado a no publicarse ni conocerse jamás. En repetidas ocasiones intenté que los depositarios de este material me permitieran una copia para editar, al menos, una selección. Lo más que he podido hacer fue editar el libro “Polvo y otros poemas” de cuyo manuscrito el propio Agustín Ayala me regalo una copia, aunque en ese momento ni el ni yo imaginamos que se convertiría en un libro, de escaso tiraje sí, pero que llevo sus palabras a un centenar de chamacuerenses interesados en su obra.
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